El 27 de octubre próximo Chile tendrá unos importantes comicios, que incluyen elecciones de alcaldes y concejales, de gobernadores y consejeros regionales. El tema ha estado en la palestra durante muchos meses, y finalmente este lunes 29 de julio los diferentes partidos e independientes inscribirán sus candidaturas para los diferentes cargos. Por supuesto, el proceso no ha estado exento de problemas y novedades: la legislación con cambios de último minuto, la falta de acuerdos entre los partidos, el surgimiento de candidaturas “que dividen” en algunas comunas, la ausencia de nombres potentes en algunas zonas decisivas y la irrupción de candidatos que alteraron la planificación de los partidos. A todo esto debemos añadir otro elemento: en los últimos años Chile ha tenido numerosas elecciones, que en buena medida han producido cansancio en la población, en el contexto de deterioro institucional y socioeconómico.

Me parece que las elecciones de octubre tienen al menos cuatro significados importantes: respecto del gobierno, de los partidos, de los liderazgos políticos y, finalmente, por su eventual proyección para las elecciones presidenciales de 2025. Todos esos temas estarán presentes en los análisis de los resultados, las alzas o bajas de los diferentes conglomerados, así como las victorias o derrotas más emblemáticas, especialmente a nivel de alcaldes y gobernadores. Sin embargo, no debemos dejar de considerar que el peso de los partidos se mide de una manera diferente: por el porcentaje obtenido en la elección de concejales a nivel nacional. Todos esos temas deben ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar y proyectar lo que ocurrirá el 27 de octubre.

Las elecciones –como ocurre con los diversos procesos que se desarrollan a mitad de período presidencial– tienen una dimensión de evaluación del Ejecutivo. Por lo mismo, se dice que se trata de un plebiscito sobre la labor del gobierno, en el cual la ciudadanía se pronuncia sobre la gestión, en este caso del presidente Gabriel Boric, para apoyarlo o manifestar su distancia con la administración. Se trata de una situación que la coalición de izquierda ya ha experimentado, como ocurrió en el histórico 4 de septiembre de 2022, cuando la ciudadanía derrotó el proyecto de la Convención constituyente, que el gobierno y sus partidos apoyaron con decisión. Este año ocurrirá algo análogo, y aunque los resultados están abiertos, diferentes encuestas muestran que hay menos apoyo que rechazo hacia el gobierno, y que más gente estaría dispuesta a apoyar a candidatos que sean contrarios a la actual administración.

Una segunda dimensión se refiere a los partidos y coaliciones políticas, que serán medidos a nivel nacional en octubre. Es claro que habrá cambios respecto de lo que ocurrió en 2021, en las elecciones que se realizaron en medio de la pandemia. En esa ocasión los tres partidos mayoritarios fueron la Democracia Cristiana (9,1%), Renovación Nacional (8,1%) y la Unión Democrática Independiente (7,9%). Las diversas agrupaciones del Frente Amplio obtuvieron la suma de 7,7% de los votos, en tanto el Partido Comunista logró el 5,2%, poco más que el Socialista, que llegó al 5%. El Partido Republicano, que compitió en muy pocos lugares, llegó apenas al 0,9% de los votos. Es obvio que se van a producir cambios este 2024, que podrían tener un significado importante hacia el futuro. Debemos recordar que la Democracia Cristiana, que fue el partido más grande de Chile por casi cuatro décadas, llegó a esa posición en los comicios municipales de 1963, en los que obtuvo el 22,7% de los sufragios, superando al Partido Radical y obteniendo casi lo mismo que el PC y el PS unidos, o que la suma de los partidos Conservador y el Liberal. Un año después, el PDC y Eduardo Frei Montalva llegaron a La Moneda, tras un continuo crecimiento electoral en los años anteriores.

El tercer ámbito relevante tiene que ver con los liderazgos, que se medirán a nivel de alcaldes y gobernadores, pero también en la suma de los partidos. Si Chile Vamos, por ejemplo, logra un triunfo importante, eso será una victoria de Evelyn Matthei, su candidata; si gana el Partido Republicano el gran beneficiado será José Antonio Kast, el líder del conglomerado. Algo similar vivirá en la izquierda y, por cierto, algunos de los enfrentamientos serán muy relevantes: una sólida victoria de Marcela Cubillos o de Tomás Vodanovic podría tener un significado más amplio que la mera elección de alcalde en Las Condes y Maipú; un triunfo holgado de Claudio Orrego podría ponerlo en la lista de precandidatos presidenciales (en buena medida, gentileza de la gran cantidad de gente de derecha que lo apoyó en las elecciones pasadas); una victoria de Daniel Reyes fortalecería la opción de Rodolfo Carter para participar en las primarias de Chile Vamos el próximo año. Y así se podrían evaluar otras ciudades o regiones.

Finalmente, desde hace mucho tiempo las elecciones municipales tienen un cierto carácter predictivo. Como se ha mostrado en el pasado, la coalición que gana los comicios de alcaldes y concejales tiene amplias posibilidades de imponerse en la elección presidencial siguiente. Por lo mismo, los distintos partidos y agrupaciones estarán conscientes de que las elecciones de octubre no terminan ahí, sino que de alguna manera dan comienzo a las presidenciales y parlamentarias de 2025, que ya comienzan a aparecer en el horizonte. Sin embargo, en esta ocasión la situación no es tan lineal, considerando que habrán más coaliciones competitivas que en el pasado, ninguna de las cuales se acercará al 50% de los sufragios.

Es necesario hacer una consideración final. Las elecciones de octubre también plantean una oportunidad relevante, tanto para los candidatos como para los partidos: se trata de comenzar a delinear un programa de desarrollo para Chile, en el plano de las ideas y de los proyectos concretos. No se pueden enfrentar los procesos electorales solo como una campaña de difusión de rostros o eslóganes semivacíos, de demanda genérica por más seguridad o mejor salud, sino que es necesario hacer planteamientos de fondo, de naturaleza nacional y con especificaciones locales. No se trata solo de un asunto de campaña, como es previsible, sino de una profunda preocupación por Chile, país que ha experimentado un deterioro de la institucionalidad, una decadencia o ralentización económica y la irrupción de una nueva cuestión social de amplias y dramáticas dimensiones.

En otras palabras, no es necesario pensar en política solo en épocas electorales, sino que es necesario trabajar intensamente por Chile en todas las circunstancias, con más fuerza en situaciones de adversidad.

Por Alejandro San Francisco, académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública, para El Líbero

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