Todas las miradas están puestas en Venezuela, situación que da para “un barrido y un fregado” pero, está claro, nada bueno saldrá de esa “caja de Pandora”, ni siquiera una incipiente transición democrática. A juicio de esta pluma, Maduro se mantendrá en el poder mientras cuente con los militares; él sabe que “los gobiernos caen por dentro”, y manteniéndolos a su lado “aguantará el chaparrón”.

Atraídos por lo que ocurre en ese caribeño país, los medios de comunicación y los infaltables opinólogos de siempre han descuidado el satánico espectáculo ofrecido en la inauguración de los JJ. OO., Paris 2024. Lejos de toda pacatería, escrúpulos morales excesivos e intención de buscarle “la quinta pata al gato”, lo visto fue simplemente una provocación a la sociedad occidental.

Por donde se mire, la ceremonia estuvo cargada de simbolismos que desafiaban las bases de nuestra cultura en pleno corazón de Europa, en el París del cristianísimo Carlo Magno (800 d. C); y cómo no, si el productor de la ceremonia (Thomas Jelly) es un confeso personaje “Queer”, condición que identifica a lesbianas, gais, bisexuales y transgénero, quienes sostienen que la sexualidad y el género pueden cambiar con el tiempo.

Pero el tema no es el productor; son los muchos cuadros artísticos (si se pueden llamar así), todos apoyados en figuras que instrumentalizan el movimiento “Drag Queen”, donde una persona altera su apariencia y su personalidad, para ajustarlas a estéticas exageradas mediante vestuario “flamboyant” (eufemismo para referirse a personas afeminadas).

A esta provocación hay que sumar: la profana representación de “la última cena de Jesucristo con sus apóstoles”, sustituidos por drag-queens, niños, modelos trans y un cantante casi desnudo, representando al dios griego Dionisio; la reina Maria Antonieta decapitada y la Conciergerie ensangrentada; los besos de tríos; la humillación de la Guardia Republicana bailando al ritmo de Aya Nakamura; el desfile de moda de modelos transgéneros con música de una activista feminista y lesbiana (Barbara Butch).

Muchos de mis fieles contertulios estarán pensando que esta pluma exagera. Nada de eso, no se trata de intolerancia, ni nada que se le parezca; es simplemente que, de una “simple lectura” de lo presenciado, se colige que todo el montaje estaba orientado a una provocación a los valores de la sociedad occidental, un verdadero preludio a una sociedad cuyos valores están peligrosamente amenazados, una advertencia de un derrotero decadente similar al que siguió Roma antes de ser destruida por los Bárbaros.

En definitiva, imposible que esta pluma no alerte a sus contertulios de la amenaza que se cierne sobre el futuro de la cultura occidental y no se sorprenda que, ante tan nítida evidencia, SS. el Papa Francisco haya guardado “santo silencio” frente al caballo del Apocalipsis que galopó por las aguas del Sena, y frente a la última cena parisina, evidente manifestación de “una misa negra” que, al emular un ritual cristiano, no fue ni más ni menos que un culto a Satanás.

Por Cristián Labbé Galilea

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