Viendo toda la actividad que despliega la expresidenta Michelle Bachelet en estos días, solo se puede concluir que ella está preparando su tercera candidatura presidencial. Así lo perciben los líderes de los partidos oficialistas, preocupados por lo que ocurrirá dentro de 11 domingos, cuando los ciudadanos concurran a las urnas para elegir alcaldes, concejales, gobernadores y cores. Seguramente, muchos candidatos ya decidieron incluir la foto de la exmandataria en sus carteles de propaganda.

El partido más motivado con una eventual postulación de Bachelet es, sin duda, el Partido Comunista. Vive tiempos particularmente oscuros debido a su respaldo al régimen de Maduro, por lo que ha recibido críticas de medio mundo, incluidos sus aliados. Ha sido muy revelador ver a sus dirigentes a la intemperie, balbuceando malas explicaciones.

Ellos saben que la crisis venezolana puede dañar seriamente las expectativas electorales del partido. Por lo tanto, una candidatura de la exmandataria les caería del cielo para capear el temporal y salvar todo lo que puedan el próximo año en la elección parlamentaria. Si ella se convierte en la candidata de la “unidad sin exclusiones”, el PC será el más beneficiado, puesto que así se bloquearán las posibilidades de que el Socialismo Democrático separe aguas de un aliado que ya es muy incómodo.

Aunque Bachelet ha dicho que no es candidata, es visible que se deja querer y disfruta el momento. En todo caso, el actual escenario es muy distinto al que enfrentó en sus candidaturas anteriores, cuando avanzó con viento a favor. En 2005, fue la heredera de la sólida obra de Aylwin, Frei y Lagos, y fue vista como la continuadora del último, cuyo respaldo resultó determinante para que ella llegara a La Moneda. Terminó bien evaluada, y tuvo la suerte de contar con Andrés Velasco, como ministro de Hacienda, y Edmundo Pérez Yoma, como ministro del Interior.

En la campaña de 2013, Bachelet aplicó otra fórmula, más acorde con sus sentimientos. Llamó a su lado al PC, sumó a los jóvenes del naciente FA y hasta consiguió que la DC se allanara a participar en un mismo gobierno con los comunistas. Entonces, los dirigentes demócratacristianos repetían un mantra para convencerse de que iban con los vientos de la historia: “es mucho más lo que nos une que lo que nos separa”.

Por si fuera poco, Bachelet fue favorecida por la emergencia que vivió la centroderecha debido al retiro de Pablo Longueira por razones de salud, lo que obligó a improvisar una candidatura de Evelyn Matthei.

El segundo gobierno de Bachelet fue el momento del giro a la izquierda. En la campaña, le dijo a su equipo de confianza: “este no será el quinto gobierno de la Concertación, sino el primero de la Nueva Mayoría”. En realidad, fue algo muy distinto a la Concertación. Allí están las reformas educacionales para demostrarlo. El embrujo neoestatista quebró el impulso de progreso que traía Chile, al punto de que la economía creció apenas 1,7% en promedio en esos 4 años. No fue todo. Bachelet fue la auténtica promotora de la algarabía constituyente para reemplazar la Constitución que llevaba la firma de Lagos.

En la última década, Bachelet fue, al mismo tiempo, defensora de los efluvios del “izquierdismo RDA”, o sea, el socialismo de raíz autoritaria y, a la vez, madrina del izquierdismo new age de Boric, Jackson y Vallejo, las militancias identitarias y lo que podría llamarse la “ideología ONU”. En síntesis, el magma que desembocó en la Convención refundacional. Se ilusionó tanto con aquel delirio, que apoyó a ojos cerrados el proyecto de nueva Constitución que trozaba a Chile en un montón de naciones.

¿Qué ofrece ella ahora? ¿La continuidad programática del actual gobierno? ¿Algo parecido a la Nueva Mayoría? ¿En qué está pensando? A lo mejor, estas preguntas están de más, puesto que ella podría no postular. Pero, entonces, ¿cómo se las va arreglar para retirarse con cierta elegancia? Mucha gente no va entender que haya dado tantas señales de disponerse a competir, y que luego haya retrocedido.

Lo más seguro es que, luego de la elección del 27 de octubre, aumente la presión oficialista para que ella compita. Quizás hasta Boric se lo pida. No pocos candidatos a parlamentarios le rogarán que postule de nuevo, porque así potenciarán sus propias candidaturas, e incluso se creará la sensación de que ella puede pasar a segunda vuelta y hasta ganar de nuevo la Presidencia. Será el momento de la verdad, y no bastará con mirar las encuestas. Bachelet tendrá que sacar muy bien las cuentas sobre algo que nadie puede hacer en su lugar: los malos ratos que pueden venir.

Si se convierte en candidata, mucha gente lo interpretará de un modo que no la favorecerá en nada: “¿Otra vez quiere ser presidenta de la República? Pero, ¡si ya lo fue dos veces!” Ese será un factor muy gravitante en la reacción ciudadana. Ella podrá defenderse diciendo que está dispuesta a sacrificarse para impedir que gobierne la ultraderecha, pero eso sonará más o menos así a los oídos del votante medio: “Solo nosotros, los progresistas, sabemos lo que quiere el pueblo”.

Si compite, Bachelet lo pasará mal. Demasiado mal. Le pedirán cuentas por las malas reformas de su segundo gobierno y, además, tendrá que poner la cara por el actual. Y la mayoría del país ya tiene una opinión formada sobre ambas experiencias. En términos estrictamente humanos, una nueva candidatura puede ser muy costosa para ella. Alguien podría decir que, al final, todo eso se compensaría si gana la elección presidencial. Es cierto. Pero es poco probable que ello ocurra.

Por Sergio Muñoz Riveros, analista político, para ex-ante.cl

/psg