Resulta incomprensible que, con todos los problemas que está enfrentando el país en materia de seguridad, la principal preocupación en las filas oficialistas en estos días sea la petición de renuncia que realizó la influyente ministra de la Mujer, Antonia Orellana, a Isabel Amor, la directora regional de Los Ríos del Servicio de la Mujer. Tal vez sin darse cuenta, el gobierno está enviando el mensaje de que los problemas internos del oficialismo son más prioritarios que la delincuencia desatada, la inflación más alta de lo esperado, el déficit habitacional y la falta de empleo. Si alguien dudaba de si el gobierno estaba más dedicado a mirarse el ombligo que a cumplir su obligación de gobernar el país, el escándalo por la injustificada remoción de Isabel Amor debiera despejar esas dudas.

Ahora que se ha popularizado el concepto de «pérdida de confianza» para justificar la remoción de Isabel Amor, el gobierno debiera preocuparse porque, con sus acciones y prioridades, está haciendo todos los méritos para que la opinión pública termine de perder la poca confianza que todavía tiene en el Presidente Boric y su gabinete.

Por si algún lector fue abducido por extraterrestres en los últimos días, conviene recordar las razones por las que Amor, una activista de los derechos humanos, con amplia trayectoria en la defensa de las minorías sexuales, fue removida de su cargo días después de ser nombrada en un proceso competitivo porque, presumiblemente, hizo declaraciones que pudieran ser consideradas negacionistas respecto a su padre, un médico condenado por violaciones a los derechos humanos cometidas en dictadura. Presumiblemente -repito el adverbio- Amor habría dicho en una entrevista, que nunca llegó a ser publicada, que creía en la inocencia de su padre. Ya se ha discutido hasta el cansancio las implicaciones éticas, legales y políticas de la polémica decisión de la ministra Orellana. Aunque siempre hay todo tipo de posiciones y argumentos, la posición dominante es que Orellana actuó de mala forma o, al menos, antes de tiempo.

Pero hay dos aristas que no han sido lo suficientemente destacada de esta polémica. Resulta incomprensible que el gobierno del Presidente Boric tenga tantos ministros que se trepen a esos cuestionables púlpitos de superioridad moral para acusar a otros de pecados que ellos mismos cometen con regularidad. Al poco andar del gobierno, el entonces ministro Giorgio Jackson habló desde la superioridad moral, alegando que su grupo frenteamplista pertenecía a una generación que hacía política de otra forma. A los pocos meses, los escándalos de corrupción que golpearon a connotados líderes de Revolución Democrática, el partido que fundó Jackson y que ya desapareció producto del daño causado por los escándalos de corrupción, dejaron en claro que esta nueva clase política se parecía demasiado a las anteriores.

En esta ocasión, la ministra Orellana también decidió subirse al púlpito de la superioridad moral y castigar desde ahí a una subordinada. Si Orellana usara con otros ministros del gabinete la misma severa vara que usó para pedir la renuncia de Amor por dichos que pudieran ser desafortunados (repito, no sabemos qué dijo Amor, porque la entrevista nunca fue publicada), entonces tendrían que dejar sus cargos varios, incluida ella misma, por las barbaridades que dijeron durante el estallido social o durante el proceso constituyente. La defensa de violentistas que ultrajaban a civiles y a funcionarios públicos fue recurrente por parte de los que ahora rasgan vestiduras desde la superioridad moral. Si usáramos la regla de que el que esté libre de decir cosas insensatas tire la primera piedra, ningún alto funcionario de gobierno podría iniciar el apedreamiento.

La segunda arista es todavía más importante. Este gobierno tiene una especial tendencia a mostrar que sus rencillas internas les resultan más importantes y capturan mucho más su atención que los problemas que afectan al país. No por nada, el Frente Amplio estaba compuesto por al menos cuatro partidos que se fusionaron en uno solo producto de un proceso de autodestrucción interna. Si bien todos los partidos siempre tienen problemas, los del Frente Amplio gustan de lavar la ropa sucia en público y de magnificar innecesariamente sus conflictos.

La telenovela de declaraciones, acusaciones, amenazas, dimes y diretes muestra una vez más que las autoridades que hoy gobiernan el país todavía parecen comportarse de una forma que es más propia de las federaciones estudiantiles universitarias en Chile que de lo que se espera de un gobierno cuyas decisiones -o falta de liderazgo-impactan en la vida de millones de personas.

Porque cuando un gobierno deviene en un club de la pelea, los que más golpes reciben son los que menos tienen y más ayuda necesitan, resulta indispensable que las principales autoridades del gobierno, incluida la ministra Orellana, entiendan que deben poner al país al centro de sus preocupaciones y dejen de lado las rencillas personales que han venido arrastrando desde sus días como líderes estudiantiles.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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