La vida parece a veces un baño involuntario por aguas turbulentas. Ayer, cuando abrí la boca de par en par para mi examen dental, la auxiliar de odontología —a la que no conocía de nada— me preguntó: «Sigo sus investigaciones con gran interés. ¿Puede decirme la composición de las esférulas que recuperó del océano Pacífico?». Me negué cortésmente y prometí darle todos los detalles en mi próxima cita con el dentista, después de que se haga público el artículo científico de la expedición.
| Deseo que los extraterrestres nos sirvan de modelo a los terrícolas, tan poderosos como Dios en nuestras religiones y más sabios que nuestros mejores pensadores
De vuelta a casa, me reuní con un podcaster que me desafió con otra pregunta difícil: «¿Cómo imagina o desea que sean los extraterrestres?». Le respondí que, como científico guiado por la evidencia, prefiero no imaginar y permanecer agnóstico hasta que aparezcan las pruebas. Cuando pagamos por una película de ciencia ficción, tenemos expectativas. Pero como la naturaleza aparece en nuestro cielo gratis, deberíamos disfrutar del espectáculo sin expectativas. En respuesta a la segunda parte de la pregunta, deseo que los extraterrestres nos sirvan de modelo a los terrícolas, tan poderosos como Dios en nuestras religiones y más sabios que nuestros mejores pensadores. Como digo en mi nuevo libro Interstellar, necesitamos desesperadamente un modelo mejor que nuestros políticos y entretenedores.
Dadas nuestras avanzadas cámaras, telescopios y microscopios de expedición, no podemos ignorar la oportunidad científica de buscar paquetes enviados por nuestros vecinos cósmicos, porque las implicaciones que una búsqueda con éxito conlleva para el futuro de la humanidad son enormes. Esto se parece a la apuesta del filósofo Blaise Pascal sobre Dios. En efecto, una civilización tecnológica más avanzada podría parecernos una aproximación a Dios.
Una encuesta reciente indica que casi dos tercios de los estadounidenses creen que existe vida inteligente en otros planetas. Según otro sondeo, aunque nueve de cada diez estadounidenses creen en un poder superior, sólo una escasa mayoría cree en el Dios bíblico. ¿Podrían estar entrelazados estos dos sistemas de creencias? La buena noticia es que podemos mejorar a la hora de comprender la realidad en la que vivimos.
La gran ventaja de los instrumentos científicos es que son capaces de poner a prueba las creencias de forma experimental, sometiendo las opiniones a la guillotina de la comprobación de los hechos. La cuestión de si los objetos interestelares contienen basura espacial de civilizaciones extraterrestres no debería ser objeto de debate en las redes sociales o de distorsiones mediáticas tipo clickbait, sino el resultado de los exquisitos datos de los espectrómetros de masas que estudian la muestra de esférulas recuperada del primer meteoro interestelar reconocido, el IM1.
Un viaje interestelar típico abarca miles de años luz y podría llevar mil millones de años para las naves espaciales tipo Voyager a través de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Dadas estas escalas, la mayoría de las sondas tecnológicas podrían dejar de funcionar y acumularse en el espacio interestelar como los residuos plásticos en el océano.
Al mismo tiempo, los dispositivos funcionales no esperarían que sus emisores los guiaran, sino que utilizarían la inteligencia artificial para perseguir sus objetivos de forma autónoma. En este contexto, el excesivo control exhibido por los ingenieros del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA sobre el Rover Perseverance y el helicóptero Ingenuity en Marte, parecen padres helicóptero [padres que prestan demasiada atención a las experiencias y problemas de sus hijos. N del T], literalmente hablando.
Tenemos mucho que aprender de la Madre Naturaleza. Una flor de diente de león no está conectada con un cordón umbilical a sus semillas, ni envía instrucciones en tiempo real a las semillas sobre qué hacer después de que se las lleve el viento. Del mismo modo, cualquier dispositivo tecnológico que siga funcionando después de viajar por el espacio interestelar proseguiría la misión para la que fue programado sin informar ni esperar instrucciones de sus emisores.
El deber cívico de los científicos es aplicar el método científico a cuestiones que resuenan en la mayoría de la sociedad, como: «¿Tenemos vecinos en nuestra galaxia?». El hecho de que esta proposición no resulte evidente en los círculos académicos actuales implica que el sentido común no es común.
Mi podcast terminó con la pregunta: «Si pudiera hacer una pregunta a los extraterrestres, ¿cuál sería?». La pregunta que más me ronda por la cabeza es: «¿Qué ocurrió antes del Big Bang?», porque esta cuestión encierra el mayor misterio de la física del último siglo: ¿cómo unificar la mecánica cuántica y la gravedad? También aborda el comienzo de nuestras raíces cósmicas y la historia del origen en muchas religiones y relatos filosóficos. La siguiente pregunta de mi lista es quién más está o estuvo en nuestro vecindario cósmico, y cómo podemos unirnos al grupo más cercano.
Plantearse tales preguntas sólo sería posible en un encuentro con una entidad funcional. A juzgar por nuestros propios productos espaciales, sería más probable encontrar objetos no funcionales procedentes de una fuente lejana en la Vía Láctea. Estos colisionarían con la Tierra y se quemarían como meteoritos interestelares en nuestro cielo. En mi próxima cita con el dentista, aclararé al asistente que el contenido de la mayoría de los paquetes interestelares de nuestro buzón puede haber caducado hace tiempo.
Por Avi Loeb, jefe del Proyecto Galileo, director fundador de la Iniciativa Black Hole de la Universidad de Harvard, director del Instituto para la Teoría y la Computación del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian y autor del bestseller “Extraterrestrial: The First Sign of Intelligent Life Beyond Earth”.
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