El 4 de septiembre de 2022 la opción Rechazo se impuso con el 61,89% y más de 7,8 millones de votos. El proyecto de nueva Constitución aprobado por la Convención Constitucional, y promovido por el gobierno de Gabriel Boric, fue rechazado transversalmente, especialmente en comunas populares. Esta ha sido y será por mucho tiempo una de las mayores derrotas de la izquierda. No sólo fracasó el Frente Amplio y el Partido Comunista, que condujeron políticamente la Convención Constitucional. También sintieron la derrota como suya en el Foro de Sao Paulo, Podemos en España y Nicolás Maduro en Venezuela.

¿Qué lecciones pueden sacarse a dos años de aquel hito político?

Lo primero es constatar que las reglas electorales importan. La paridad de género, listas de independientes y escaños reservados para pueblos indígenas, distorsionaron completamente la representatividad del órgano. Ese experimento electoral sirvió de catalizador para la fragmentación y una lógica identitaria dentro de la Convención. También sirvió de oportunidad para que jacobinos disfrazados de independientes -como Rojas Vade y otros- traicionaran la confianza de sus electores. No obstante, los constituyentes de izquierda creyeron ser la única y verdadera voz del pueblo, cancelando a sus adversarios y negando toda posibilidad de acuerdos. Hasta que chocaron con la realidad del voto obligatorio en el plebiscito de salida.

Las recientes arremetidas para debilitar la obligatoriedad del voto reviven la lógica del autoengaño. No se trata tanto de un deber cívico como de asegurar una adecuada representación política. Esta debiera ser una lección válida para todos.

Lo segundo es asumir que no sólo se rechazó el proceso, también el texto de esa nueva Constitución. El eje de mayor influencia fue sin duda la plurinacionalidad, lo cual demuestra un fuerte sentido de identidad nacional y valoración de la igualdad ante la ley. Con todo, igualmente se rechazaron las propuestas que desprotegían la propiedad privada, que coartaban la libertad de elección en educación, salud y pensiones, el debilitamiento de las policías y otras herramientas del Estado para combatir la delincuencia, así como un ecologismo radical que ponía serias trabas al crecimiento económico, entre otras.

Frente a ello se requiere no seguir desatendiendo el malestar y frustración en la sociedad chilena. Pero hay que cuidar que las respuestas sean las correctas, tanto política como técnicamente. Para ello hay que impulsar reformas sobre la base de consensos duraderos, hacia un modelo de desarrollo con seguridades, crecimiento y sustentabilidad, preservando la cultura e identidad nacional. El triunfo del Rechazo fue la semilla de una coalición amplia que puede ofrecer gobernabilidad y esperanza al país. Si fuimos capaces de unirnos para oponernos a una mala propuesta, sigo creyendo que podemos unirnos a favor de un proyecto y programa de futuro. La épica del Rechazo todavía sigue viva.

En tercer lugar, no se debe olvidar que el problemático diseño del sistema político y judicial formulado por la Convención Constitucional -con eliminación del Senado y politización del Poder Judicial, por mencionar un par de ejemplos- dejó en evidencia que la refundación promovida por las izquierdas estaba acompañada de un inminente riesgo de deriva autoritaria, al estilo de los procesos constituyentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia. La diferencia, eso sí, es que en esos países primero vino un caudillo, luego las asambleas constituyentes. Mientras que acá primero fue la revuelta y después la asamblea constituyente. Solamente faltaba un caudillo.

Si no hubiese sido por el triunfo del Rechazo el actual gobierno habría conseguido el poder total, con una Constitución hecha a su medida. Podemos imaginar el desenlace. No fue inocente el intervencionismo sin precedentes en la campaña del plebiscito de salida. Por lo mismo, el 4 de septiembre es una fecha en la que, quienes votamos Rechazo, podemos alegarnos de haber evitado una refundación de Chile que, como en otros países de la región, pudo terminar destruyendo nuestra democracia.

Por Ruggero Cozzi, abogado y ex constituyente RN, para El Líbero

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