La polémica frase de Andrés Velasco, “el liderazgo del Frente Amplio es tan cuico como el liderazgo de la derecha”, comprensiblemente generó repercusiones. No faltaron los que se declararon ofendidos y los que acusaron al ex Ministro de Hacienda de estar desconectado de la realidad de Chile. Pero el ahora decano en la London School of Economics sabe bien de lo que habla. Después de todo, Velasco interactúa con los miembros de la élite que van a estudiar políticas públicas y asuntos de gobierno a su universidad. Esos estudiantes son mayoritariamente miembros de la élite y su afiliación política se reparte entre los partidos de derecha e izquierda que han gobernado a Chile por, al menos, los últimos 35 años.

Es verdad que, en todos los países, los que gobiernan son parte de la élite. Pero en el caso de Chile, como en otros países de América Latina, los que forman esa élite gobernante nacieron como parte de la élite y se educaron en un número reducido de colegios privados. Aunque desde hace rato se ha identificado a la desigualdad como uno de los grandes problemas del país, la falta de movilidad social -que a menudo es consecuencia de esa desigualdad- constituye un caldo de cultivo para el descontento, la frustración y la débil legitimidad de un sistema que promete que, en un mercado competitivo, él éxito y el bienestar están determinados por el mérito, el esfuerzo y el trabajo constante y no por la cuna.

Por eso, lo que dice Velasco simplemente viene a confirmar lo que todos aquellos chilenos que no nacieron en familias que pertenecen a la reducida élite saben desde niños y confirman cotidianamente en sus interacciones y ante las diferentes oportunidades que se les presentan a ellos y a los miembros de la élite. En Chile, la cancha está dispareja. Lo que es peor, aquellos que prometen emparejarla no lo logran, ya sea porque son miembros de esa misma élite que defiende sus granjerías y privilegios (por ejemplo, los líderes del Frente Amplio), o porque proponen recetas trasnochadas que nunca funcionaron en ninguna parte (como el programa de gobierno de Boric o las propuestas del Partido Comunista), o porque ni tienen ni pies ni cabeza (el primer proceso constituyente). A su vez, los que niegan que la cancha está dispareja y quieren mantener el statu quo (aquellos que lideraron el segundo proceso constituyente) también fracasan electoralmente porque la gente cotidianamente confirma que la cancha no es pareja, que la justicia no es igual para todos y que los apellidos valen más que el mérito y el esfuerzo.

El estallido social de 2019 se produjo porque los chilenos estaban cansados del abuso, de la desigualdad de oportunidades y de las bajas pensiones. La gente quería que la torta se repartiera mejor. Pero la élite de la derecha e izquierda -el piñerismo y el Frente Amplio- con su evidente desconexión de los sectores populares y su incapacidad para entender que los chilenos claman por una cancha pareja (y no por un nuevo modelo) donde todos tengan las mismas oportunidades, propuso una solución tipo píldora mágica y prometió que, con un proceso constituyente, se solucionarían los problemas del país. Como la convención constitucional quiso hacer una torta vegana de alfalfa, con mucho merkén, sal del Himalaya y con perspectiva de disidencias sexuales, la gente decididamente la rechazó. La gente quería mejorar el modelo, no saltar al vacío de un modelo vanguardista que les resultó ajeno. Si la solución fuera llenar de creativos derechos la Constitución, los países de América Latina hace rato que habrían salido del subdesarrollo y la pobreza.

Cinco años después, hemos avanzado poco (al menos la gente ya no cree en el proceso constituyente como la solución a los problemas), pero el descontento social se mantiene y la gente sigue esperando que se solucione el problema de las pensiones. Por eso, lo peor de la polémica que han generado las declaraciones de Velasco es que esa misma élite que se reparte entre los partidos tradicionales y entre los partidos alternativos de derecha radical e izquierda radical está cometiendo nuevamente el error de no entender las razones del descontento y la molestia de la ciudadanía.

Mientras la gente reclama por la inseguridad y las bajas pensiones, esa élite sigue enfrascada en discusiones sobre la conveniencia de mantener las AFP. La gente quiere mejores pensiones y quiere mantener su propiedad sobre los fondos. Por eso, ni la defensa de las AFP ni la propuesta de crear un sistema de reparto -que parecen ser las trincheras de la élite de derecha e izquierda, respectivamente- le hacen sentido a la gente que clama por una respuesta adecuada a sus demandas.

La falta de renovación en la elite y la insuficiente movilidad social son un problema. Pero hay buenas razones para albergar un cauteloso optimismo. Sabemos cuál es la hoja de ruta a seguir. Debemos construir una sociedad con más oportunidades de movilidad social, con mejores mecanismos que premien el mérito por sobre la cuna y con políticas públicas que fortalezcan mercados más competitivos. El camino no es fácil, pero a diferencia de lo que ocurrió con la mala solución del proceso constituyente, con esta hoja de ruta, sí hay un final feliz.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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