Lo que pasó tras los fuertes vientos de julio en la zona centro-sur de Chile fue un desastre, de eso no hay duda. La velocidad que alcanzaron los vientos fue tal (más de 120 km/h en Santiago, por ejemplo) que expusieron todas las vulnerabilidades que tenemos con nuestro sistema de transmisión eléctrica. Esto lo comenzamos a ver primero en la noche de (fecha), cuando los árboles cayeron, los objetos volaron, y la luz se fue, para no volver en muchos días. Cuando amaneció pudimos ver la extensión de lo que había pasado, con muchos postes de luz en el suelo, árboles arrancados de raíz, y tantos daños a la infraestructura que rápidamente hubo personas que salieron a decir que no habían visto ese nivel de daños desde aquel 27F que seguimos recordando el día de hoy. Comenzaron a pasar las horas, y algo se volvió tremendamente evidente: la luz no llegaba. Cierto, podíamos esperar algo de eso, dado el nivel de los daños que estábamos viendo en vivo, pero las horas siguieron pasando, y la luz no volvía. Pasaban los días, y para miles de personas la electricidad aún no volvía a sus casas, sin muchas luces de cuando volverían a tenerla; para peor, las empresas de distribución no daban respuestas que sólo caldeaban más los ánimos, sin reconocer jamás sus faltas en esto. Así las cosas, se volvió super evidente que había que culpar a alguien, y Enel se convirtió en el símbolo de cuando las cosas se hacen mal, con el gobierno llegando incluso a evaluar la continuidad de la concesión del servicio para dicha empresa. Finalmente, muchas personas estuvieron más de una semana sin electricidad, con daños tremendos para sus estilos de vida, y hoy preparan una serie de demandas para obtener una compensación como corresponde debido a los daños que sufrieron.
La defensa de las empresas de electricidad fue la esperable, y salió en las primeras horas de la emergencia: esto fue provocado por un evento natural totalmente inesperado e inédito, que se escapaba a lo que ellos podían hacer, y que estaban trabajando con todas sus fuerzas para poder proveer el servicio de vuelta. Es decir, trataron de poner la culpa en el fenómeno natural, con poca o nula mención a la vulnerabilidad de sus redes, lo que enfureció aún más a las personas, que comenzaron a notar que parecía que aquellos que eran de los grupos socioeconómicos más altos recibían la atención con mayor premura de parte de las empresas que quienes tienen menos. ¿Estaba acaso pasando que había personas que importan más que otras? Mientras tanto, la cobertura noticiosa hacía eco de lo que pasaba, mirando y mostrando el drama humano, y comentando también sobre el fenómeno climático que había ocurrido. Sin embargo, seguía faltando algo en la conversación: ¿cómo llegamos a tener esa red de distribución? ¿por qué fue tan vulnerable?
Algo que tenemos que tener sumamente claro es que los desastres se producen cuando una amenaza natural trae consigo un nivel de riesgo demasiado alto, lo que ocurre cuando pasa al menos una de dos cosas: que haya mucha exposición ante esta amenaza y/o que seamos muy vulnerables ante ella. Acá quedó en claro que la red de distribución eléctrica era demasiado vulnerable ante algo como lo que ocurrió, lo que posiblemente ocurrió porque nunca pensaron en que algo así podría ocurrir.
Pero lo otro que ocurre es que quedó sumamente claro que Santiago como ciudad es tremendamente vulnerable ante algo tan “simple” como un corte de luz generalizado, lo que muestra una de las debilidades de la forma de desarrollar dicha ciudad. Por supuesto, no sólo pasó en Santiago, ya que lo mismo se vio en muchas otras partes del país, pero fue en la capital donde quizás se notó mucho más, o al menos se hizo notar así en la cobertura de los medios de comunicación. Lo tremendo de esto es que, entendiendo que estamos en un contexto de cambio climático, donde Chile es uno de los países más afectados por este en el mundo, existe un llamado a la acción de parte de los tomadores de decisiones para tener ciudades más resilientes, donde ya no solo pensamos en cuidar la vida de las personas, sino también en sus estilos de vida. No es que el país no haya pensado esto antes, por cierto, ya que tenemos una política de Reducción del Riesgo de Desastres en Chile, y hemos mejorado también la institucionalidad que tenemos al respecto. El problema es que estas cosas toman tiempo, y claro, entre medio ocurren cosas como las de hace unos meses atrás, así como las inundaciones del año pasado, o los incendios de este.
¿Será entonces que simplemente nos falta tiempo, o es que hay una falta de decisiones adecuadas?
Es cierto que nada del tamaño que necesitamos surge y se ejecuta de un día para otro, por lo que tenemos que armarnos de un nivel de paciencia, pero no por eso debemos quedarnos estáticos, esperando que el foco esté puesto en responder de mejor forma a la siguiente emergencia. El problema de fondo se resuelve pensando en el desarrollo de nuestro país hacia adelante, donde no podemos olvidar que el cambio climático nos va a poner al frente eventos quizás como el de hace unos meses atrás de manera más frecuente, además de inundaciones, momentos de mucha falta de agua, y otros más, como por ejemplo, remociones en masa.
Todo esto, además de nuestros ya clásicos terremotos, tsunamis, y erupciones volcánicas.
¿Vamos a seguir haciendo como que estos fenómenos no ocurren, y por lo tanto, no preparar al país para ello? ¿Vamos a continuar sin pedirle a nuestras autoridades (electas y no) que llevemos a cabo las medidas necesarias para prepararnos mejor, y que estos eventos no nos pillen mal parados?
¿Cómo lo trabajaremos con nuestras autoridades? Esa es la pregunta crucial.
Dr. Cristian Farías