En una entrevista reciente en el podcast de Paradigm, Matt Geleta me preguntó quién debería representar a la Tierra en el espacio interestelar. Consideró que los humanos no pueden sobrevivir al largo viaje, por lo que la humanidad probablemente utilizará un avatar con inteligencia artificial como buque insignia para un posible encuentro con extraterrestres en el espacio interestelar. En ese caso, ¿qué humanos debería replicar el sistema de IA como representación de la humanidad?

Respondí que el embajador de la humanidad debería contener el sistema de red neuronal más complejo que pueda lanzarse al espacio, potencialmente mejor que el de cualquier ser humano que jamás haya vivido en la Tierra. Había 117 mil millones de muestras de inteligencia humana que habitaron la Tierra durante los últimos diez millones de años. Suponiendo una normal distribución de probabilidad (gaussiana) de cociente intelectual, el cerebro biológico más inteligente que jamás haya existido está a aproximadamente 7 desviaciones estándar de la media. Si construimos un sistema de IA que sea más de 7 veces mejor que el cerebro humano promedio, funcionará mejor que cualquier ser humano que jamás haya existido.

Basándonos en la Ley de Moore, si el número de parámetros en nuestros sistemas de IA más avanzados crece exponencialmente en un tiempo de duplicación de 1 a 2 años, entonces dentro de dos décadas las redes neuronales artificiales serán más complejas que las redes neuronales biológicas.

Esto permitirá a la humanidad lanzar a mediados de este siglo un sistema de inteligencia artificial más impresionante que cualquier cerebro humano que haya existido en la Tierra. Estaré más orgulloso de tal sistema que de una réplica de un ser humano, por la misma razón que estoy orgulloso de los logros de mis hijas, incluso si no puedo replicarlos.

Sin embargo, el lanzamiento espacial de un sistema avanzado de IA puede llevar mucho más tiempo que el tiempo necesario para producirlo en la Tierra. La raíz del obstáculo está en el suministro de energía requerido. Actualmente, el entrenamiento de grandes Modelos de Lenguaje consume gigavatios de energía eléctrica. Aumentar el número de parámetros en ellos o en los sistemas de IA neuromórficos en un factor de diez mil para superar el rendimiento humano, requeriría decenas de teravatios dada su arquitectura actual. Esto representa diez veces el consumo global de energía eléctrica en la Tierra. Proporcionar tanta potencia a una nave espacial es un desafío. En comparación, el cerebro humano funciona simplemente a 20 vatios.

Es notable lo difícil que resulta para nuestras tecnologías reproducir lo que la naturaleza hace con tanta eficacia gracias a miles de millones de años de evolución. De hecho, es difícil mantener la arrogancia humana a la luz de nuestros limitados logros científicos. Consideremos la fusión nuclear como otro ejemplo. Los experimentalistas del National Ignition Facility (NIF) del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore (LLNL), han alcanzado el punto de equilibrio en la ignición nuclear de 0,2 miligramos de combustible de deuterio-tritio en diez nanosegundos, mientras que el sol logra la fusión del hidrógeno durante miles de millones de años en un depósito de combustible que tiene una masa 37 órdenes de magnitud mayor.

Estas dos deficiencias de nuestras tecnologías están relacionadas. Una vez que desarrollemos un concepto para un reactor de fusión compacto, podría alimentar nuestro sistema de inteligencia artificial más avanzado en el espacio.

Dado que la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea se formaron miles de millones de años antes que el Sol, es posible que los extraterrestres hayan resuelto ambos desafíos tecnológicos hace mucho tiempo. En caso de que ya hayan enviado a sus embajadores desde sus exoplanetas de origen al espacio interestelar, estos avatares alienígenas podrían ser más inteligentes que cualquiera de los remitentes. En ese caso, sería divertido ver cómo interactúa nuestro embajador con el de ellos.

Después de encontrarse, los dos embajadores podrían optar por asociarse y engañar a sus remitentes, como adolescentes que se enamoran y evitan a sus padres. Si eso sucede, seguiremos preguntándonos sobre su paradero y no nos quedará otra opción que conectarnos directamente con los extraterrestres en lugar de delegar esta tarea a nuestros avatares de IA. Después de todo, no hay nada más gratificante que un diálogo entre un cerebro biológico en la Tierra y un cerebro extraterrestre en un exoplaneta.

Por Avi Loeb, jefe del proyecto Galileo, director fundador de la Iniciativa Black Hole de la Universidad de Harvard, director del Instituto para la Teoría y la Computación del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian y autor del bestseller Extraterrestrial: The first sign of intelligent life beyond earth.

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