Durante casi un año de guerra en el Medio Oriente, las principales potencias no han sido capaces de detener o siquiera influir significativamente en los combates, un fracaso que refleja un mundo turbulento de autoridad descentralizada que parece probable que perdure.

Las negociaciones intermitentes entre Israel y Hamas para poner fin a los combates en Gaza, impulsadas por los Estados Unidos, han sido descritas repetidamente por la administración Biden como al borde de un avance, solo para fracasar. El actual intento liderado por Occidente para evitar una guerra a gran escala entre Israel y Hezbollah en el Líbano equivale a una carrera para evitar el desastre. Sus posibilidades de éxito parecen muy inciertas después de que Israel matara el viernes a Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah durante muchos años.

“Hay más capacidad en más manos en un mundo donde las fuerzas centrífugas son mucho más fuertes que las fuerzas centralizadoras”, dijo Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores. “Medio Oriente es el principal caso de estudio de esta peligrosa fragmentación”.
El asesinato de Nasrallah, líder de Hezbollah durante más de tres décadas y el hombre que convirtió a la organización chiita en una de las fuerzas armadas no estatales más poderosas del mundo, deja un vacío que Hezbollah probablemente tardará mucho tiempo en llenar. Es un gran golpe para Irán, el principal patrocinador de Hezbollah, que incluso puede desestabilizar a la República Islámica. Aún no está claro si se producirá una guerra a gran escala en el Líbano.
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