En diciembre de 2019, dos meses después del estallido social, el 74% de los chilenos creía que seríamos un mejor país, a partir del inédito remezón político y social que estaba ocurriendo y que tenía a toda la clase política en el paredón.
A cinco años de eso, la percepción cambió bruscamente y sólo un 6% cree que estamos mejor, mientras un 68% estima que el 18 de octubre tuvo consecuencias negativas y marcó un período de declive en la calidad de vida de los chilenos. Y que este se extinguió por la pandemia (67%), más que por el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución que firmaron los partidos el 15 de noviembre (22%).
Este es el calibre del derrumbe que la evaluación de la crisis de 2019 tiene entre los chilenos, según el estudio No lo vimos, ¿lo vemos?, elaborado por Cadem, que cruzó información de varios focus group realizados ese año, en pleno estallido, con otros realizados en septiembre pasado, además de mil encuestas on line.
“El estallido tuvo un alto costo. Nadie ganó, todos perdimos. No se lograron los cambios que se creían necesarios”; “nos enfrentamos con violencia y nos avergüenza y entristece su epílogo”, son algunas de las frases de los participantes en los recientes grupos de discusión.
“El estudio muestra una transición de la esperanza que había hace cinco años al miedo que existe hoy en el país”, afirma Roberto Izikson, gerente de asuntos públicos de Cadem. “La actual opinión está cruzada por el sentimiento de haberse farreado la oportunidad y, por otra parte, por el hecho de que todo se nos fue de las manos, produciendo efectos negativos”, agrega.
Pese a la profunda decepción de lo ocurrido a partir de 18/O, manifestada mayoritariamente por los encuestados, el estallido es considerado transversalmente como un hito trascendental en nuestra historia política contemporánea, desplazando al Golpe de Estado, la dictadura militar, el plebiscito de 1988, la “revolución pingüina” y el primer triunfo de Michelle Bachelet, entre otros acontecimientos.
Mismas causas y blindaje a Piñera
Un dato que llama la atención es que la mayoría de los encuestados (58%) sigue pensando que lo ocurrido hace cinco años fue la expresión de un descontento social generalizado, el cual se mantiene latente, y que no fue un “estallido delictual”, un concepto que ha intentado instalar la derecha y que apoya un 34%. De hecho, al desglosar por sector político, son quienes se identifican de ese sector quienes más apoyan esa idea (65%), versus quienes se dicen de izquierda, que mayoritariamente respaldan que fue un descontento generalizado (90%).
Casi el mismo porcentaje (57%) estima que lo ocurrido fue necesario para visibilizar los problemas que vivía el país y que ellos se mantienen hoy, como las bajas pensiones y sueldos, mala educación y salud, y abusos empresariales.
El 28 de octubre de 2019, los consultados atribuían el malestar a la desigualdad, al alza de los $ 30 en el pasaje del Metro y a la indolencia y desconexión de las autoridades.
“Tengo un tumor hace siete años en las mamas y sigo esperando que me llamen para operarme. Fui al Hospital de Carabineros y me dijeron que me operaban si pagaba $ 7 millones que no tengo”, señalaba en ese entonces Savka, estudiante de 24 años.
Hoy, al preguntar sobre las razones que sustentaron el estallido, las respuestas son prácticamente las mismas y las personas siguen recordando las frases sentidas como “burlas” de varios ministros del gobierno anterior que habrían encendido la chispa. Entre ellas, el hacer vida social en los consultorios, comprar flores y levantarse más temprano.
También se encuentran vivos episodios como el del expresidente Sebastián Piñera celebrando el cumpleaños de uno de sus nietos en una pizzería en Vitacura la noche del 18 de octubre y su frase “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, dicha por él tres días después.
“No sé qué pelotudo dijo: ‘Levántense más temprano, o que la gente hacía vida social en los consultorios’. Como si fuera agradable a las 6 am estar cagado de frío esperando al doctor que te va a ver en cinco minutos”, recuerda hoy uno de los encuestados.
Esto, según Izikson, demuestra la responsabilidad de las élites y de los gobiernos y lo que pueden ser capaces de provocar a través de sus dichos y acciones.
Sin embargo, a diferencia de 2019, cuando Piñera era el principal blanco de las críticas y rayados en las calles del país, hoy -tras su trágica muerte el 6 de febrero de este año- las personas no lo asocian a la crisis ni lo culpan de sus efectos. Más bien se tiende a omitir su rol. “Piñera se ve neutralizado, su papel en el estallido lo matiza su legado de dos gobiernos”, explica Izikson.
Del octubrismo al ‘septiembrismo’
El estudio revela llamativas diferencias entre la percepción de varios tópicos que fueron simbólicos en la revuelta. Uno de los principales es el fin de la legitimidad del uso de la violencia para lograr cambios políticos. Es así como si ese año un 28% de los consultados la justificaba para avanzar en transformaciones, hoy es sólo un 5% y un 87% se plantea en desacuerdo.
En contraparte -y como es esperable-, los entrevistados plantean que el uso de la fuerza por parte de Carabineros y las FF.AA. fue más proporcional (55%, antes 27%) que excesiva (39%, antes 69%). Incluso, se modera la percepción de que hubo violaciones sistemáticas a los derechos humanos: si en octubre de 2019 un 49% estaba muy o bastante de acuerdo, hoy lo está un 31%.
Y como en los últimos años lo han venido mostrando distintas encuestas, la mayoría de los chilenos vuelve a valorar el rol de Carabineros, pasando de un 38% de apoyo en 2019 a un 53% en la actualidad, mientras un 39% lo desaprueba.
El apoyo a la policía uniformada, según Izikson, tiene mucho que ver con la actual crisis de inseguridad que vive nuestro país y que es la principal preocupación de los chilenos (70%).
“Hay una transición del octubrismo al septiembrismo, por así decirlo, a la recuperación de las tradiciones, las instituciones, los valores, la bandera, Carabineros, la PDI y las Fuerzas Armadas”, señala Izikson.
A la inversa, se derrumban estrepitosamente todas las formas de protesta que hubo durante el estallido. Las evasiones masivas en el Metro bajan del 44% al 20%; la primera línea, del 60% al 23%, y el que baila pasa, del 38% al 16%. Sólo el caceroleo (69%) y las marchas (55%) mantienen un alto nivel de apoyo.
Para demostrar el giro, el estudio recoge una frase de un focus del 2019: “La primera línea te defiende. Antes eran los encapuchados, los vándalos, pero ahora pasaron a ser los héroes. Gracias a ellos podemos seguir luchando”, y otra de ahora: “Estaban alegando por los 30 pesos, pero le estaban destruyendo su puestito a la señora de la esquina. Ese tipo de cosas dan rabia”.
Boric y el desencanto
Otros puntos llamativos radican en la derrota de diversos símbolos que marcaron al estallido, como el sentimiento de comunidad, la irrupción de lo joven y la reacción ciudadana. Especialmente lo segundo es representativo de la evaluación que hoy existe sobre la crisis, puesto que también se le vincula con la generación que hoy gobierna tras llegar a La Moneda en 2021.
Según el sondeo, los chilenos siguen identificando a los jóvenes como los impulsores y protagonistas del estallido, pero hoy muestran una desilusión por la forma en que condujeron el proceso y lo nuevo ya no es garantía de satisfacción ni de probidad.
Hace cinco años, la ciudadanía mostraba un desprecio por la política tradicional y ponía sus esperanzas en el Frente Amplio y en dirigentes jóvenes como Gabriel Boric, Irací Hassler, Karol Cariola, Camila Vallejo y figuras independientes. Ahora, las personas vuelven a revalorar la experiencia y la trayectoria política, un dato clave a un año de la elección presidencial.
Entre los principales factores que movieron el péndulo -según el estudio- se menciona la desilusión que produjo la Lista del Pueblo y sus principales actores; el fracaso de la Convención Constitucional; el desempeño del gobierno de Boric, y el caso Fundaciones, que generó el escándalo de corrupción más grande que haya tenido que enfrentar el actual gobierno.
En esa línea, el recuerdo del rol en 2019 se ha vuelto más negativa, tal como lo han demostrado otras encuestas de opinión. Si en noviembre de ese año un 46% aprobaba su imagen y un 49% la rechazaba, hoy esos números se dieron vuelta: un 28% lo evalúa positivamente y un 61% lo reprueba.
Y si bien algunas de sus declaraciones sobre el estallido no han logrado instalarse con credibilidad -por ejemplo, un 66% no le cree que jamás festinó con la imagen del perro matapacos-, hay más consenso en torno a su rechazo actual a la violencia (48% de acuerdo) y a que tuvo voluntad para llegar a acuerdos (41% de acuerdo y 43% en desacuerdo).
En general, todo el poder es recordado de manera mayoritariamente negativa. Los peores rankeados son el Congreso (79% de imagen negativa), el Partido Comunista (77%) y el PS, PPD, DC y radicales (67%). Mientras que quienes tienen un mejor recuerdo son el expresidente Piñera (46% de imagen negativa), los empresarios (59%) y Gabriel Boric (61%).
Otro giro que revela el estudio, explica Izikson, es el fin del “sentimiento de comunidad” que caracterizó el estallido, con sus marchas masivas, sus símbolos y la alta participación de la gente en redes sociales.
El concepto Plaza Dignidad, por ejemplo, pierde sentido y hoy genera incomodidad y pudor. En 2019, un 44% dijo haber participado en una movilización o marcha, hoy sólo un 27%.
“Hay un traspaso de la culpabilidad que me sorprendió mucho. Ya no son sólo los poderosos los culpables, también somos nosotros -los ciudadanos-, que nos farreamos una oportunidad, no escogimos bien a los representantes de los procesos constitucionales, no nos informamos lo suficiente, nos dejamos llevar por fake news…”, agrega Izikson.
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