La esperanza es una fuerza que nos impulsa a seguir adelante en momentos difíciles, o cuando en la vida nos toca transitar por escabrosos caminos; tanto así que, si algo se complica, lo primero que escuchamos es: ¡ánimo… la esperanza es lo último que se pierde! Nada más cierto, cuando todo parece perdido… “la esperanza es el sueño del alma despierta” (Aristóteles).
No piense, mi critico contertulio, que esta pluma ha caído en un desvarío filosófico, nada de eso, es la natural reacción que le generó la destitución del Juez Sergio Muñoz por parte del Senado. Claramente, para cualquier persona que siga -aun de lejos- la contingencia, este señor se había transformado en “el niño símbolo de la prevaricación”. Su destitución alimenta la ilusión que caerán otros y que volverá la verdadera justicia… ¡No hay que perder la esperanza!
Pareciera que soplan vientos favorables. Por fin la sociedad política, y en particular nuestros parlamentarios, esta semana han dado una señal: están decididos a retomar sus responsabilidades legislativas abordando seriamente los problemas que afectan al país.
En este sentido, es de esperar que analicen en profundidad y con visión de futuro los efectos que provocaría, de aprobarse, el nuevo sistema de Financiamiento a la Educación Superior (FES) que propuso el Gobierno, en un engañoso intento por señalar que cumplió con su promesa electoral de terminar con el Crédito con Aval del Estado (CAE), en circunstancias que la iniciativa es siniestra por donde se la mire.
Hay que decirlo con todas sus letras, el proyecto es un vil engaño porque, entre otras cosas, bajo apariencia de gratuidad lo que verdaderamente genera es una pesada carga tributaria en los egresados de la educación superior. De eso nada se dice. Tampoco se dice que va a generar una grave crisis financiera en las universidades asociadas al sistema, ya que elimina el copago en los deciles 7, 8 y 9, con lo cual pagarán sus estudios sólo el 10% de los alumnos.
Más allá de esos y otra serie de factores técnicos, lo que debemos tener claro los ciudadanos comunes y, especialmente los más jóvenes, es que, de aprobarse el proyecto presentado por el Presidente, la educación superior “se ira al tacho”, al mismo que se fue la educación escolar, donde no sólo se bajaron todos los rendimientos e indicadores, sino que se destruyeron todos los colegios de excelencia y emblemáticos del país.
Quizá donde mayor riesgo hay en el proyecto, y donde “deben poner ojo” nuestros parlamentarios, es en la mayor dependencia del financiamiento público que tendrán las universidades, lo que sin duda comprometerá: la autonomía académica, la calidad de la educación y en consecuencia la libertad de educar, dejándolas a merced del gobierno de turno.
Por último, consciente que lo opuesto a la esperanza es la desconfianza, esta suspicaz pluma se pregunta si no es coincidencia lo dicho con que la educación esté en manos del partido comunista y, en silencio, se responde: “Sospechosa la …”.
Por Cristián Labbé Galilea
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