Resulta difícil entender, y mucho más difícil explicar, por qué el Presidente Gabriel Boric decidió convertir el enorme problema en el que se encuentra el ex subsecretario Manuel Monsalve en un problema propio. Al haber permitido que Monsalve renunciara desde el palacio presidencial de La Moneda y al haber admitido en una peculiar conferencia de prensa el pasado viernes que él mismo se enteró el martes de detalles del comportamiento de Monsalve que pudieran ser constitutivos de delitos adicionales al de la violación de una subordinada por el que se le investiga, Boric ha hecho su mejor esfuerzo por convertirse en un actor principal de este escándalo que hoy remece al país.
Independientemente del resultado de la investigación y de la presunta responsabilidad de Monsalve, este incidente pasará a la historia como el caso de un testigo de oídas de los hechos, cuyas declaraciones e incomprensible comportamiento, lo convierten en un sospechoso de haber sido cómplice de un posible delito aun cuando todos los involucrados tienen buenas razones para creer que él no tuvo nada que ver con el supuesto crimen.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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