Las perspectivas de expansión económica para Chile no son auspiciosas. Y si bien el ministro de Hacienda, Mario Marcel, ha dicho que el bajo crecimiento que distintas entidades y encuestas proyectan para el país no están “escritas en piedra”, lo cierto es que mientras se ponen en marcha las reformas que permitan un mayor crecimiento, se proyecta que Chile se expandirá hasta 2029 a un ritmo promedio del orden de 2%.
Pero esta baja performance, también le generará una merma en términos comparativos a nivel global. Según las cifras que informó la semana pasada el Fondo Monetario Internacional (FMI), este año Chile crecerá 2,5%, mientras que el mundo lo hará a 3,2%. Pero este rezago no comenzó ahora, sino que si se analiza hacia atrás se observa que la expansión del país viene siendo menor que la del orbe desde 2013. Ahí Chile registró un 3,3% y el mundo 3,4%. Pero la diferencia se acentúo a partir de 2015. Ese año el país creció 2,2% y el orbe lo hizo a una tasa de 3,4%.
Esa misma tendencia se mantendría hasta 2029, último año para el que hay proyección por parte del FMI. Así, en promedio, entre 2015-2029 Chile registrará un crecimiento del PIB de 2,1%, mientras que el del mundo será de 3,1%.
En este período, de hecho, solo dos veces la economía nacional se habrá expandido más que la global: en 2018, durante el primer año del segundo gobierno del expresidente Sebastián Piñera, y en 2021, tras las fuertes inyecciones de liquidez producto de los retiros y los IFE, unas de las más altas del planeta.
¿Qué implicancias tiene que Chile crezca menos que el mundo? Los expertos explican que una primera consecuencia es que se hará más difícil lograr un nivel de país desarrollado, y, por ende, tener mayores ingresos.
“Cuando las perspectivas de crecimiento económico no son buenas, es la población del país la que se lleva la peor parte, puesto que el desempeño económico limita los niveles de ingreso de las personas, las oportunidades de trabajo e, incluso, la capacidad para financiar un gasto público responsablemente, entre otros problemas”, sostiene la economista del OCEC-UDP, Valentina Apablaza.
El economista jefe de Fynsa, Nathan Pincheira, refuerza ese análisis: “La promesa de mejoras en la calidad de vida no se cumple, aumenta el descontento y el riesgo de retroceder en el nivel de vida se hace real. Gran parte del descontento que explota el 18 de octubre de 2019 se explica en eso”.
Y Fernando Suárez, senior portfolio manager en Fintual, agrega que “el bajo crecimiento limita la generación de empleos de calidad y los recursos para servicios sociales esenciales como educación, salud y seguridad. Esta situación dificulta la calidad de vida, aumenta la inseguridad y reduce la capacidad del Estado para enfrentar las demandas sociales. Esto, a su vez, incrementa las desigualdades y disminuye la competitividad para atraer inversión extranjera, necesaria para un desarrollo sostenible”.
La productividad y la política
Los economistas afirman que las razones que explican el bajo crecimiento son principalmente dos: una, la baja productividad que tiene el país, que le impide mejorar su capacidad de crecer, y el otro factor predominante es la política y la incapacidad de lograr acuerdos.
Sobre el primer punto, Apablaza sostiene que “el fenómeno más relevante para el largo plazo es el hecho de tener una productividad que se encuentra estancada hace más de 15 años. A esto se suma a una inversión cada vez menos dinámica y una política pública que poco se esfuerza en mejorar las perspectivas a largo plazo”.
Visión similar entrega Pincheira: “(Responde) A una falta de mejoras de productividad, caída en inversión no minera y a una excesiva preocupación del corto plazo y el ciclo, dejando de lado el largo plazo y la capacidad de crecer”.
Y Suárez alude a los argumentos políticos, al sostener que “la baja en la capacidad de crecimiento de Chile se debe a una combinación de factores estructurales y coyunturales. Por un lado, la falta de consensos políticos en el Congreso para reformas estructurales, la incertidumbre producto de las crisis sociales, la pandemia y los procesos constitucionales, han frenado la inversión durante los últimos años”.
Quien también se suma a ese punto de vista es Pavel Castillo, economista y gerente de Intelligence en Corpa. “Chile tiene un problema político y legislativo con una economía relativamente sana, estando todas las condiciones para crecer sobre el promedio mundial, pero sin voluntad política para hacerlo, primando ideologías sin fundamento técnico”.
En su análisis argumenta que “desde Bachelet 2 la política chilena perdió notoriamente el rumbo de avanzar con políticas públicas bien fundadas en lo técnico. El sistema político en su conjunto, posiblemente por cambios estructurales en la ley de partidos y binominal, se volvió excesivamente populista, sin una visión de mediano o largo plazo”.
Para cambiar el rumbo y lograr revertir estas proyecciones, Apablaza señala que “urge la adopción de una agenda política que ponga énfasis en el crecimiento de la economía en el largo plazo, mejorando las perspectivas de productividad e inversión más allá del término de un periodo presidencial. Estas iniciativas pueden incluir reformas que impulsen la absorción tecnológica, un mayor desarrollo de innovación, que disminuyan rigideces en el mercado laboral, entre otras”.
Y Suárez acota que “se necesitan reformas estructurales que fortalezcan la seguridad, modernicen el Estado y establezcan un sistema tributario competitivo”. Para el economista, “también es crucial acelerar los trámites burocráticos para inversiones, impulsar el desarrollo de sectores como la tecnología y servicios financieros, y robustecer el capital humano”.
Otro dato que entregó el FMI es que, debido al bajo crecimiento, el peso de la economía chilena a nivel mundial seguirá perdiendo terreno. Si en 2015 era el 0,378%, ahora en 2024 será de 0,347% y para el 2029 se proyecta en 0,334%.
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