La acumulación de torpezas y pasos en falso del gobierno en torno al caso Monsalve terminó de desnudar lo débil que es su base de sustentación, lo borroso que es su cuerpo de principios y lo errático que es el liderazgo presidencial. Como consecuencia de ello, es natural que los ciudadanos se pregunten en qué manos está el resguardo del orden democrático, o qué controles existen para que, por ejemplo, ninguna autoridad, ni siquiera el presidente, pueda dar órdenes ilegales a la policía.

A primera vista, la conducta de Monsalve rompió toda percepción previa sobre el tipo de persona que él es. Sin embargo, el problema mayor fueron las flaquezas políticas que vinieron a continuación, y que proyectaron una penosa imagen del funcionamiento del poder Ejecutivo. Gobernar es mucho más que hacer un punto de prensa y contar una historia. Se trata de proteger el bien común lo mejor posible, y ello implica enfrentar lo inesperado, que es lo que más abunda en la vida. Lo que esperamos del gobernante es que tenga claridad sobre los valores que está dispuesto a defender prioritariamente.

Algunos han especulado en este período acerca de cómo actuaría Boric frente a una emergencia nacional, y la reacción instintiva ha sido cruzar los dedos. Otros se han preguntado cómo enfrentaría una crisis política, y la respuesta llegó en estos días: defectuosa percepción de la realidad y extravío respecto de sus deberes. Para intentar mejorar su performance inicial, Boric dijo el jueves: “Yo le creo”, en referencia a la denunciante de Monsalve, y probablemente de confirmarle a la ministra Orellana que él es un militante feminista. Pero, ¿de dónde surge la torcida noción de que, frente a un caso judicial, él tiene derecho a decir a quién le cree y a quién no le cree? ¿Tan lejos ha llegado su confusión sobre el puesto que ocupa?

Se dirá que el Congreso no está mejor y que el poder Judicial, tampoco, lo cual es innegable. Pero, hay quienes proclaman que el país se jodió y no tiene vuelta. En realidad, es preferible no adherir a la filosofía Discépolo (“Que el mundo fue y será una porquería/ya lo sé”). Necesitamos mantener viva nuestra capacidad crítica y reaccionar frente a los signos de deterioro en cualquier ámbito, pero no perder la cabeza. Y es deseable que no confundamos los campos. Los problemas de la conducción del Estado tienen una dimensión mayor, y condicionan todo lo demás. Si la brújula del gobierno está descompuesta, las repercusiones son múltiples y pueden crearse condiciones para una crisis inmanejable.

Nada perturbó más la visión de quienes llegaron a La Moneda en 2022 que la disposición redentorista y el sentirse moralmente superiores. ¿En qué se concentró el gobierno en los primeros 6 meses? En asegurar que la Convención, controlada por los partidos oficialistas, sacara adelante el proyecto de nueva Constitución que sintetizaba las demandas octubristas. El choque con la realidad que representó el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 pudo haber representado el fin del gobierno de Boric, pero lo salvó la institucionalidad que él quería desmantelar.

Muchos de nuestros problemas se vinculan al hecho de que, en estos años, hubo quienes apostaron por la disolución social para potenciar su propio poder, al punto de asumir una actitud complaciente frente a la violencia. Los estudiantes quemados del Internado Nacional Barros Arana son una muestra de los efectos criminales que puede tener la prédica demagógica. Al respecto, no tienen cómo disimular su propia responsabilidad quienes, como los dirigentes del Colegio de Profesores, se opusieron en 2018 a la aprobación de la Ley de Aula Segura. “No criminalizar la protesta social”, decían quienes alentaron la irracionalidad, y hoy sonríen para la foto desde sus puestos en el gobierno y en el Congreso.

Frente a lo ocurrido en el INBA, el ministro de Educación, Nicolás Cataldo, del PC, dijo el jueves: “Las acciones de violencia como las que hemos visto no pueden ser legitimadas como acciones de movilización social porque detrás de esto no hay demandas, no hay objetivos, no hay rostros”. O sea, si hubiera demandas y objetivos, sería distinto. Y para que no quedaran dudas, agregó: “Una cosa es la movilización social, legítima en cualquier Estado de Derecho, otra es legitimar las acciones de violencia cuando estas son sin sentido, propósito ni orientación…” Vale decir, todo sería distinto si la violencia tuviera sentido, propósito y orientación. Muy claro, Cataldo.

Se supone que viene un cambio de gabinete. Habrá que observar quiénes llegan y qué representa ese cambio en un momento en el que sobran los motivos de inquietud sobre la capacidad del gobierno para atender las urgencias sociales, la primera de las cuales es la amenaza cotidiana de la delincuencia. No será sencillo asegurar la estabilidad y la gobernabilidad del país en los tiempos que vienen, que se caracterizarán por una dura competencia política con miras a noviembre de 2025. El fin del gobierno de Boric, podría significar que los partidos oficialistas se dediquen principalmente a salvar los muebles.

Por Sergio Muñoz Riveros, analista político, para ex-ante.cl

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