Donald Trump ganó inapelablemente la elección presidencial estadounidense, tanto en el colegio electoral como en el voto popular. Además, los Republicanos toman el control de las dos cámaras del Congreso. Trump regresa a la Casa Blanca con menos limitaciones que la vez anterior. Antes se rodeó de colaboradores que obstaculizaron algunas de sus maniobras. Ahora se acompaña de un ejército de aduladores. Con esta fuerza, podría incluso configurar una corte suprema a su antojo. Trump no gobernará, dicen algunos, esta vez Trump reinará.

Lo que está claro es que la estrategia -que adoptó conscientemente la campaña Demócrata- de llamar a Trump “fascista” no funcionó. La población no se inmutó. Por el contrario, Trump creció allí donde se pensaba que sangraría. Las mujeres blancas no le dieron la espalda, como pretendía Kamala Harris apelando al posible retroceso en derechos reproductivos.

A los hombres latinos no les cayó tan mal el chiste de Puerto Rico: ya que están adentro, prefieren un presidente que no deje entrar a nadie más. Debe haber una palabra en alemán para eso. Entre los jóvenes también le fue bien, tomando en cuenta que allí radican las esperanzas progresistas. En el guion de las guerras culturales, la transgresión es de derecha.

Pero quizás no haya grieta más pronunciada -incluso más que la brecha de género- que la que divide el campo de la ciudad. Los centros urbanos, donde se acumula el capital educado y cosmopolita, se pintaron de azul. Pero fueron pequeños puntos en un océano rojo. La elegía rural de JD Vance se convirtió en energía electoral.

¿Podía hacer algo mejor la candidata Harris? En la hora de las culpas, todos tienen una teoría. Que debió realizarse una primaria en vez de un ungimiento. Que no se distanció lo suficiente de un presidente impopular como Biden. Que le pasaron la cuenta por la economía y la inmigración. Que se ubicaba a la izquierda del votante promedio. Que no propuso nada. El único (triste) acuerdo es que, después de dos intentos fallidos, es difícil que los Demócratas vuelvan a nominar a una mujer. Ojalá sea un hombre blanco viejo y bien macho para sus cosas.

En el mundo, celebran los líderes macho-populistas y los spin-dictators. Buenas noticias para Vladimir Putin, para empezar. Trump no se mete con perros grandes, y es poco probable que vaya a malgastar su capital en defender a Ucrania. La política exterior de su primer mandato fue justamente retirarse del teatro internacional. Netanyahu se soba las manos: tiene pista libre en Gaza. Se ilusionan los Bolsonaros, Bukeles y Mileis de este mundo: ¡la receta funciona! Duro contra los progres, nada de medias tintas, al carajo la amistad cívica.

Esa es probablemente la lección más sombría que deja esta elección. Sus adversarios la presentaron como un referéndum sobre el estilo Trump, sobre su estridencia odiosa, sobre su retórica deshumanizante, sobre la política del ruido. Si es así, Trump salió airoso de la prueba. Los norteamericanos prefieren bancarse cuatro años más de degradación y adversarialidad a cambio de menor inflación, protección de sus empleos y un control más estricto de las fronteras. Los valores democráticos de los que escriben los politólogos asustados por la deriva autoritaria suenan demasiado etéreos cuando las necesidades son más concretas y mundanas.

Cuentan que al llegar al Salón Oval después de su triunfo en 2016, Trump colgó un retrato de Andrew Jackson, presidente de Estados Unidos entre 1829 y 1837. Populista a mucha honra, Jackson se ufanaba de representar directamente la voz del hombre común. En esta visión plebeya, los contrapesos al poder del pueblo son un estorbo, baluartes de la elite para resistir la soberanía democrática.

Trump es un discípulo aventajado de esta doctrina. Ahora amasa suficiente control como para realizarla. Algunos creen que su hoja de ruta está trazada en el controvertido “proyecto 2025”, un mamotreto elaborado por un centenar de organizaciones conservadoras, que contiene específicas orientaciones para gobernar con ideas de derecha “sin complejos”, como le dirían sus simpatizantes en Chile. Otros piensan que con Trump nunca se sabe. Como buen oportunista con olfato, su proyecto depende de su supervivencia política. La pregunta es si ese objetivo personal es compatible con la supervivencia de la democracia liberal más emblemática del planeta.

Por Cristóbal Bellolio, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, para ex-ante.c

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