El silencio de 48 horas entre el conocimiento de los antecedentes del caso Monsalve y su solicitud de renuncia fue deliberado y gestado en el corazón de la toma de decisiones de esta administración: en el Segundo Piso de La Moneda, por el Presidente y sus dos asesores de más alto rango: su Jefe de Asesores, Miguel Crispi y su Jefe de Gabinete, Carlos Durán.

La pregunta que surge entonces es ¿Por qué el Presidente no tomó una decisión más drástica en términos de apartar a Monsalve de sus funciones, considerando la denuncia por violación y una posible infracción a la Ley de Inteligencia?

Los asesores del Presidente, cuya función en estas circunstancias no es otra que la de prever escenarios que representen un riesgo para el capital político del mandatario, al parecer, no fueron capaces de advertir los riesgos de la inacción gubernamental. ¿O acaso confiaron que la inminente crisis, podría descomprimirse a través de alguna fórmula alternativa?

Por otro lado, en un gobierno que le asigna tanto valor a lo simbólico ¿por qué los cursos de acción en torno a una grave denuncia de abuso y violación anidados en las entrañas de palacio se tomaron entre 3 hombres encerrados en una oficina, sin ninguna voz femenina que orientara o incorporara una perspectiva de género en esa decisión? ¿Por qué no se informó a la Ministra de la Mujer para así activar protocolos de protección a la víctima?

Sin duda de que son múltiples las preguntas, pero hoy todas reconducen a una nueva interrogante más medular ¿Es este el nivel de asesoría que se le está brindando al Presidente de la República?

Las tres crisis más relevantes de esta administración —la impunidad en torno a los indultos, la corrupción estatal en el Caso Convenios y el abuso de poder en el Caso Monsalve— han demostrado que los asesores del Presidente suelen ser más parte del problema que de la solución.

En la primera, se omitió un chequeo adecuado de los antecedentes penales de algunos beneficiarios de los indultos; en la segunda, Miguel Crispi fue citado a declarar en calidad de imputado; y en la tercera, los hechos indican que, durante las primeras 48 horas tras conocerse la denuncia, el diseño estratégico de La Moneda se limitó a la inacción, es decir, a no hacer ni decir nada.

Sobre lo último, a veces los silencios hablan más que las palabras.

Pero tener malos consejeros habla no tan solo mal de los asesores, sino también de quien es la persona asesorada. Nadie mejor que Nicolás Maquiavelo lo describió en El Príncipe, en el capítulo “De los secretarios del Príncipe: “El primer juicio que se forma acerca del espíritu de un príncipe se basa en los hombres que tiene a su alrededor; y cuando son capaces y fieles, se le puede considerar sabio (…) pero cuando son de otra manera, no se puede elogiar al príncipe, pues el primer error que comete, lo comete en esta elección“.

La opción presidencial de privilegiar lealtades personales por sobre competencias profesionales a la hora de configurar sus equipos de asesoría más directa parece cada día más difícil de sostenerse tras los nuevos antecedentes que sitúan a su Segundo Piso como epicentro de la falla política y comunicacional.

No basta con que el Presidente ofrezca una muy buena explicación, menos performativa que aquel cuestionado punto de prensa, pero sí más efectiva en términos de su claridad y sinceridad. El país también exige gestos del Gobierno que reflejen cierta disposición a corregir, porque mientras más avance la verdad judicial, será la responsabilidad política en el mal manejo de la crisis, la que será cada vez más difícil de eludir.

Por Jorge Ramírez, cientista político de Libertad y Desarrollo, para ex-ante.cl

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