En estos días he percibido, en el ánimo de mis contertulios, una rara mezcla que combina la desazón con un agudo síntoma que llamaría “El Síndrome de la Cenicienta”; y cómo no, si para donde se mire todo se ve gris, incierto, incluso diría más… odioso. Si ayer fuimos un referente para quienes buscaban salir del subdesarrollo, y presumíamos ser una sociedad que se distinguía por la seguridad, la tolerancia y la paz social en la que vivíamos, si ayer fuimos los ingleses de América, hoy pesamos menos que “un paquete de cabritas”.

La desazón de mis parroquianos refleja la inquietud, el malestar, y la insatisfacción por la forma en que nuestro país se desenvuelve en el concierto de las naciones. Viene el presidente de Francia, y apenas sale en los diarios; ¡qué diferencia cuando vino De Gaulle (1964)! El presidente va a Perú a la APEC 2024, y a Brasil a la G20, pasando “sin pena ni gloria”; ¡qué diferencia con Milei y la Meloni!, que en los mismos escenarios atraen a todos los medios. La desazón surge al ver nuestra imagen internacional por los suelos.

En cuanto al “Síndrome de la Cenicienta”, el asunto es más complejo. Acuérdese, mi ilustrado lector, que la historia de Cenicienta se relaciona con la soberbia y arrogancia de oscuros personajes que encarnan el desprecio hacia los demás y una visión distorsionada del estatus social. Es lo que hemos visto en “el caso del Gasfíter” que muere en la Moneda, en “el caso Monsalve” donde una asistente es violada por una alta autoridad, y en “el caso Orrego Larrain” candidato de la izquierda a la Gobernación de la R.M., donde “el ninguneo” a su contendor ha sido escandaloso.

El Presidente como “la madrastra”, y sus adláteres como “las hermanastras” del cuento, actúan desde la soberbia al creerse superiores a “la Cenicienta”, que en nuestra analogía vendría siendo el ciudadano común. Esos siniestros personajes hablan del respeto al trabajador y dejan morir a aquel pobre gasfíter por exceso de trabajo; hablan de feminismos y buscan ocultar la violación de aquella modesta asistente de gobierno por su propio jefe, y; por último, apoyan con todo el poder del Estado a un “niñito de bien y de posición social privilegiada” ninguneando, sin ningún escrúpulo, a un genuino representante de la meritocracia y del esfuerzo aspiracional.

El gobierno, obsesionado por el poder, desprecia al ciudadano común, viola los valores que dice defender, y traiciona sus propios compromisos, “borrando con el codo…” lo que prometieron. ¡Qué importa una vuelta de carneros más!

Y, Colorín Colorado… el cuento, a juicio de esta optimista pluma, tendrá un feliz final. La superficialidad, el doble discurso, y la soberbia del oficialismo (madrastra y hermanastras), serán derrotados por “el ciudadano común” quien, encarnando las virtudes de la Cenicienta y del Príncipe, verá coronado el triunfo de Francisco “Pancho” Orrego como Gobernador de la R.M… y, “pasando por un zapatito roto” … en las regiones ganamos con los otros.

Por Cristián Labbé Galilea

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