El 29 de noviembre se han cumplido 40 años del Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina. El documento lo firmaron en el Vaticano los ministros de Relaciones Exteriores de Chile, Jaime del Valle, y de Argentina, Dante Caputo. Con ello terminaban seis años de un proceso que comenzó con el temor de la guerra en 1978, el inicio de la mediación del Papa Juan Pablo II y el camino que conduciría a la paz entre ambas naciones. El año anterior el gobierno argentino había declarado “insanablemente nulo” el laudo arbitral de su Majestad Británica sobre el Canal Beagle, donde había una disputa entre ambos países.

Es verdad que hoy nos parece lejano y el riesgo de la guerra ya se ha olvidado, aunque diversos libros y documentales han ido contando la situación de Chile en 1978, la movilización y la realidad que conducía a un enfrentamiento bélico. La trayectoria del conflicto y de la solución, con sus avances y dificultades, aparece bien narrado en la completa obra de Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal. Diferendo austral Chile/Argentina 1977-1985 (Ediciones Universidad Católica de Chile, 2007). Videla -de destacada trayectoria en el Ejército- fue el jefe de la Delegación Chilena en la Mediación Papal sobre el Diferendo Austral entre Chile y Argentina.

En la génesis de la mediación pontificia destacó la figura de fray Francisco Valdés Subercaseaux, quien había percibido el clima de hostilidades existente en el sur de ambos países, advirtiendo la posibilidad de que los servicios de la Santa Sede contribuyeran a solucionar el conflicto. “Es la hora de hacerlo Presidente”, le dijo fray Francisco al general Augusto Pinochet, quien contestó: “En cuanto a la posibilidad de solicitar la intervención de su S.S. el Papa Paulo VI, se estudiará esta proposición, a fin de actuar en la forma más adecuada y conveniente”. A la larga ese sería el camino, aunque no con Pablo VI, ni con su sucesor Juan Pablo I, sino con Juan Pablo II, quien asumió la sede pontificia tras la muerte de sus dos predecesores.

Como suele ocurrir, surgieron problemas, contradicciones, interpretaciones diferentes y presiones. No es el momento de narrar los detalles, pero sí es preciso comprender la situación de fondo del camino asumido y que llegó a feliz término. En el proceso hubo dificultades internas -bastante claras en el gobierno argentino, pero también visibles en alguna ocasión en el chileno-, pero en general prevaleció la convicción de que era necesario esperar el trabajo del mediador y de sus destacados representantes, entre ellos el cardenal Antonio Samoré, quien falleció durante el proceso, y Faustino Sainz, entre otras figuras vaticanas.

También hubo complejidades políticas. Al comenzar la mediación, ambos países eran gobernados por regímenes militares. Durante ese período la conducción fue continua en Chile, bajo el liderazgo del general Augusto Pinochet, en tanto Argentina tuvo cambios en el camino, dentro de las Fuerzas Armadas y por la transición a la democracia, al punto que la firma final se dio bajo la administración del radical Raúl Alfonsín. Como factor adicional y de una enorme potencia, entremedio Argentina enfrentó un conflicto bélico con Inglaterra, la llamada guerra de las Malvinas.

A la larga todo ello sería parte del anecdotario, pues triunfaría la paz. En alguna ocasión el Papa debió clarificar que él no era juez ni árbitro, sino mediador, según se definía su función, frente a lo que se podía percibir como un excesivo legalismo o argumentación jurídica de parte de Chile. En realidad, lo que se había pedido al Santo Padre era algo diferente, y por ello más difícil de entender en el ámbito internacional. Al finalizar la mediación, la situación quedaría más clara y resultaría más comprensible el inmenso esfuerzo del Vaticano.

El 29 de noviembre de 1984 es uno de los días más importantes de la historia de Chile contemporáneo. Después de ello serían necesarias las respectivas ratificaciones legales en ambos países, pero el paso más importante ya estaba dado. En esa jornada, en presencia del Papa Juan Pablo II, Chile y Argentina sellaron con la firma de la paz un camino al que están llamados por la historia. Después de todo, la Cordillera de los Andes no solo divide, sino que ambas naciones se encuentran unidas por ella.

Además del logro histórico, en buena medida el Tratado de Paz y Amistad tiene un valor presente, pedagógico y de proyección permanente: en las horas difíciles, y a pesar de las dificultades, es preciso estirar las alternativas, ver más lejos, no dejarse llevar por los cantos de sirena. A veces la paz es más costosa, pero también tiene una relevancia más duradera; no se logra de un día para otro, sino que se construye en el tiempo; no tiene vencedores ni vencidos, sino que permite el desarrollo y prosperidad de ambos pueblos. Es seguro que Chile habría definido la situación según su leal saber y entender, mientras Argentina habría hecho lo propio. A la larga, las eventuales discrepancias se resolvieron de acuerdo con la mediación y con ello se fijó la paz, esperamos que para siempre.

Al finalizar su libro, Ernesto Videla hace un reconocimiento al Santo Padre, por “una de las obras más notables de su labor apostólica”; al general Pinochet, quien “culminaba la tarea más trascendental de su gobierno”; al pueblo chileno, por su unidad al margen de las diferencias internas; a las Fuerzas Armadas y Carabineros, que sin usar las armas escribieron una gran página de su historia; así como también al pueblo argentino y a sus autoridades, que habían logrado sortear sus diferencias en las situación que había vivido en aquellos años. Deberíamos agregar al equipo diplomático, a los pastores de la Iglesia Católica en Chile, a quienes de manera anónima trabajaron en la misma dirección. “Prevaleció la fuerza de la razón sobre las razones de la fuerza”, resumiría el Papa Juan Pablo II en 1987.

Al cumplirse el aniversario 40 de la firma del Tratado de Paz y Amistad, algunos han puesto el acento en la ausencia de los presidentes Gabriel Boric y Javier Milei. Por cierto, habría sido muy bueno que ambos estuvieran presentes en la ceremonia realizada en El Vaticano. Sin embargo, ahí pudimos ver al presidente del Senado, José García Ruminot, así como también al canciller Alberto van Klaveren. El Papa Francisco destacó que la forma de resolver pacíficamente el conflicto constituye “un modelo a imitar”. También hubo recuerdos en el Canal Beagle, con buques de Chile y Argentina, donde se entonó el himno de ambas naciones. En la ocasión, el embajador de Chile en Argentina, José Antonio Viera-Gallo, afirmó con convicción: “Sirva este aniversario para honrar los compromisos suscritos más allá de los avatares de la vida política. Unidos podemos enfrentar mejor los desafíos del presente y el futuro”.

Me parece que ahí está la clave: un asunto histórico pasa a representar la base para los bienes del presente y las posibilidades del futuro. Chile y Argentina: dos naciones llamadas a la paz, que, en un momento histórico, resolvieron adecuadamente sus diferencias, para la efectiva grandeza nacional y para el bien de sus respectivos pueblos.

Por Alejandro San Francisco, Investigador senior, Instituto Res Publica; Académico Facultad de Derecho P. Universidad Católica de Chile, para El Líbero

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