Y Chile es Macondo. Demuestra una vez más que cree en el realismo mágico. Cuanta razón tenía Gabriel García Márquez al presentarnos al arquetipo de José Arcadio Buendía que creía en las maravillas de los “cachureos” de Melquiades. No nos olvidemos que la “Nueva Constitución” cambiaría Chile y haría de él un país nórdico. Esa idea que la ley hace la realidad, que basta que se escriba para que sea. Por eso José Arcadio terminó amarrado a un árbol, lo que no es un buen final.
Hoy Chile mágico aprueba el flamante nuevo Ministerio de Seguridad. Los políticos se abrazan porque ahora se acabará el crimen, lo que es poco realista. Los parlamentarios de derecha votan con idealismo, eso que quiere transformar la realidad desde la idea, algo por esencia ajeno a su sector. Además, permiten hacer crecer al Estado más allá de lo racional, lo que es contrario a sus supuestos idearios. La pregunta es ¿saben quiénes son?. Si saben ¿en qué deben creer para llamarse de derecha? Pareciera ser que no.
La derecha cree en el individuo y entiende que el Estado debe estar cuando el individuo y los cuerpos intermedios no pueden hacerlo. Por lo mismo, cree en un Estado pequeño y eficiente. 27 ministerios, no es pequeño y menos eficiente. Es imposible que el Presidente se junte con los 27 ministerios a la semana, por lo que la coordinación es nula e imposible. La derecha es realista. Entiende que la realidad es “lo que hay” y ve cómo, desde ahí, administrarla. La izquierda, por su parte, es “idealista” tiene una idea que quiere hacer realidad a cualquier costo y los costos que se han pagado en la historia, han sido extremadamente altos. Ellos creen en el Estado por sobre el individuo y repiten la frase absurda y vacía que “el Estado somos todos”. No, no somos todos, son un montón de burócratas que viven de nosotros.
El realismo real es contrario al realismo mágico. Es menos glamoroso, pero es real. La idea absurda cree que escribirlo y promulgarlo desde la ley arregla todo. No es así. En Chile hay leyes suficientes, lo que falta es decisión política. Saben qué es lo que hay que hacer y no quieren asumir los costos de hacerlo.
Para mejorar la crisis de seguridad, que ciertamente vivimos, no necesitamos más burócratas de oficina, sino más efectivos en las calles. Las necesidades son infinitas y los recursos escasos, algo que algunos “de derecha” olvidan en su falta de realismo. Por lo mismo, ese dinero que va a costar la grasa burocrática no será eficiente y, por tanto, es un mal gasto. Sin duda sé que ya están los políticos de todos los sectores repartiéndose los nuevos puestos si es que son gobierno. Aprueban este nuevo ministerio en el nombre de la seguridad mientras que las leyes que regulan el uso de la fuerza las RUF aún esperan en el congreso. Más efectivos con reglas claras para que puedan actuar, eso es lo que necesita.
Malgastar los recursos públicos es inmoral y lo que a este país le sobran son burócratas. No me asombra que sea una vez más, con los votos de la derecha, no todos, hubo consecuentes, que el Estado vuelve a crecer. Ciertamente esto evidencia que muchos del sector no saben quiénes son y, por tanto, menos hacia dónde van. Podrán ganar las elecciones, pero no cambiarán el eje país. No tienen proyecto y sólo quieren administrar el poder. Están pensando en las cuotas de poder y los cargos. Lo más importante es el crecimiento, ya que sólo cuando la economía funciona la política también. Sólo cuando la economía funciona se puede realmente mejorar la vida de las personas.
Estos años de malas políticas y mala administración condenaron a las próximas generaciones a vivir peor que sus padres y a jamás ser propietario. El crecimiento sí importa, es lo que más importa si realmente en realismo, las personas y su bienestar son la prioridad. Pero para algunos las prioridades están en las cuotas de poder. La inconsecuencia nunca ha sido buena. Muchos cambian de convicciones por el bien de sus partidos y son cobardes ante algo evidentemente malo, pero que suena bien prefieren renunciar a sus convicciones por el bien de los partidos. Todo es por el poder, una vergüenza.
Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero
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