El Presidente Gabriel Boric inicia el último año de su cuatrienio con pocos logros para mostrar y bajas expectativas sobre lo que podrá conseguir este 2025. Después de haber llegado al poder habiendo prometido más transformaciones que cualquiera de sus predecesores, Boric comenzó a deslucir desde antes de asumir, cuando nombró un gabinete con demasiados amigos que compartían su poca experiencia en el poder. Desde entonces, su gobierno nunca logró remontar. En estos tres años, su administración fue de mal en peor.
Después de la aplastante derrota de su opción en el plebiscito constitucional de 2022, Boric avanzó por un ambiguo camino que promovía más radicalización (una propuesta de pensiones inviable, el indulto a los delincuentes de la revuelta, y destempladas declaraciones en materia de política exterior) y a veces entregaba un tímido sentido de realidad (los cambios de gabinete que trajeron a Carolina Tohá y Álvaro Elizalde a La Moneda, la decisión de aceptar impulsar una agenda contra la delincuencia). Pero en las cosas relevantes (crecimiento económico, inversión, combate a la delincuencia), su gobierno siempre ha estado al debe. Pese a la reforma que reducirá la jornada laboral a 40 horas y la eliminación del copago en los servicios de salud (que por cierto han ayudado a empeorar el déficit fiscal), su gobierno habrá tenido muchos más fracasos que victorias.
Pero el ciclo electoral no perdona y el calendario corre para todos los gobiernos, independientemente de qué tan rápido las administraciones avancen sus proyectos. Ahora que comienza 2025 -igual como ocurrió cuando se inició 2021, 2017 y todos los años anteriores en que hubo elecciones presidenciales- la atención de la opinión pública y el interés de la clase política rápidamente evolucionarán desde lo que ocurre en La Moneda a lo que pasa en la campaña. Con las proclamaciones de los primeros candidatos de oposición en el mes de enero, se intensificará la presión sobre el oficialismo para identificar sus propias cartas presidenciales. Esto obligará al gobierno a sopesar la opción de un cambio de gabinete que libere a algunos de los ministros mejor evaluados de la administración para emprender una aventura presidencial. Los partidos del oficialismo se preocuparán más de armar sus listas de candidatos para el Senado y la Cámara y pondrán menos atención a la agenda de reformas legislativas que impulse el gobierno.
Si bien las elecciones presidenciales ocurrirán recién a mediados de noviembre (con una posible segunda vuelta a mediados de diciembre), los candidatos para dichas elecciones deberán estar inscritos a mediados de agosto de 2025. Si algunos partidos optan por hacer primarias oficiales, estas deberán ocurrir el 29 de junio. Eso significa que los partidos deberán nominar sus candidatos a fines de abril de 2025. Para optimizar sus chances de ser nominados, los candidatos deberán desplegarse en terreno con un par de meses de anticipación. Luego, ya para marzo de 2025, el calendario electoral estará forzando el inicio de la temporada de campañas presidenciales y legislativas de noviembre de 2025.
Como el mes de febrero es de receso legislativo, al gobierno sólo le quedan las semanas que restan en enero para poder avanzar su agenda de reformas. La abultada agenda legislativa -que incluye la retrasada reforma de pensiones, la improbable reforma política (que casi nunca logran ser aprobadas cuando se acerca la próxima elección), y la compleja reforma tributaria- hacen todavía más difícil la tarea del gobierno. Como siempre ocurre con los indisciplinados estudiantes que dejan todo para el final, los resultados de la procrastinación nunca son buenos cuando las manecillas del reloj apremian.
En esta misma fecha el próximo año, la atención estará puesta en el recientemente electo Presidente y en los nombres que se perfilarán para ser parte de su primer gabinete. Ahora que ha comenzado el nuevo año, el reloj corre rápidamente contra el gobierno. Como en sus primeros tres años de gestión, el gobierno demostró una especial tendencia a llegar tarde y llegar mal a enfrentar los problemas, resulta improbable que ahora La Moneda dé muestra de una disciplina que nunca tuvo en sus tres primeros años. Lo que no se hizo en tres años, difícilmente se podrá hacer en las pocas semanas que quedan de tiempo efectivo para tramitar reformas en el Congreso.
Este gobierno está pasando a la historia sin pena ni gloria. El contraste entre lo mucho que prometió y lo poco que ha logrado debiera ser una lección para el país. El electorado debiera ser especialmente incrédulo con los candidatos que prometen demasiado.
Como el gobierno tiene poco que dejar en términos de mejoras y reformas concretas, los chilenos podemos aprender una gran lección de estos cuatro años que se sienten como perdidos. La lección es que las elecciones importan y por eso debemos ponerle mucha atención a la decisión que tomemos sobre quién tomará las riendas del país para el periodo 2026-2030. El gran legado del Presidente Boric será que deberemos experimentar la lección de que, cuando los gobiernos tienen un deslucido desempeño, los enormes pasivos que eso representa los termina pagando todo el país.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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