Las torpezas, errores no forzados y desprolijidades que han caracterizado al gobierno de Gabriel Boric han sorprendido incluso a los que peores expectativas tenían de lo que pudiera hacer esta administración. El intento de comprar la casa de Salvador Allende a los herederos del fallecido Mandatario, que incluyen a una senadora y a una ministra de estado, es una chambonada que, además, representa una incuestionable violación a la Constitución. El plan para convertir la casa de Allende en un museo, desde su torpe principio a su calamitoso fin, constituye evidencia concluyente de este gobierno de ineptos también carece de sentido común y no cuenta con profesionales que demuestren tener un conocimiento mínimo de los principales preceptos constitucionales que rigen a nuestra patria.
Este error del gobierno incuestionablemente enloda el nombre del que probablemente es el líder histórico más importante de la izquierda en Chile. Un gobierno de izquierda terminó por hacerle daño a la imagen del apellido Allende de una forma que ningún gobierno de derecha intentó o fue capaz de hacer.
Entre todos los presidentes desde el fin de la dictadura, Boric es el Mandatario que más referencias ha hecho a Salvador Allende en sus discursos y actos de su gobierno. Pese a ser el único Mandatario chileno desde 1990 que ni siquiera estaba vivo para el periodo de Allende, o para el golpe de 1973 (o tal vez precisamente por eso), Boric a menudo caricaturiza el periodo de Allende, convirtiendo ese complejo momento histórico en una especie de película de Marvel con héroes de izquierda y antihéroes de derecha.
Con una simplificación brutal y superficial en extremo, Boric interpreta esos años de polarización y radicalización como la manifestación de una lucha épica entre buenos y malos en la que, por supuesto, ganaron los malos. Presumiblemente, en esta construcción narrativa facilista y barata, Boric siempre buscó presentarse a sí mismo -y a su movimiento- como los nuevos héroes que venían a completar el trabajo que Allende y los suyos no pudieron lograr.
Como si hubiera estado inspirado en la clásica canción de Pablo Milanés, Boric aparecía para pisar las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada. Pero en vez de, en una hermosa plaza liberada, detenerse a llorar por los ausentes, como en la canción de Milanés, Boric terminó enlodando el apellido Allende, sacrosanto para la izquierda chilena, con una torpeza de un porte de un buque que, además, y aquí esto se debe repetir cuantas veces sea necesario, constituye una flagrante violación a la Constitución.
La razón de este monumental error no forzado es que Boric, más que el valiente luchador retratado en la canción de Pablo Milanés, enfrenta la vida como la bola de demolición (wrecking ball) de la canción de Miley Cirus. Con la pasión juvenil propia del líder estudiantil que entró a la política en 2011, y no la actitud ponderada del adulto de casi 40 años que está a punto de ser padre, Boric actúa de forma irreflexiva, pasional y profundamente contradictoria dependiendo del ánimo con que se levanta cada mañana. Sin mediar advertencia, a veces aparece el Boric radical combativo y otras veces asoma, tímidamente, un Boric dialogante y razonable. La mala noticia es que el Boric combativo e intempestivo arruina cualquier avance que haya podido hacer el Boric dialogante y constructor de consensos.
El monumental escándalo en el que el gobierno se metió por voluntad propia refleja cómo el Boric intempestivo ha contagiado a muchos en el gobierno. Ninguna de las múltiples personas que participaron de la operación para comprar la casa de Allende se dio cuenta o advirtió que esa compra, en tanto involucraba un negocio entre una ministra de Estado y una senadora, constituía una flagrante violación de la Constitución. Nadie en el gobierno de Boric pareció interesado en “cuidar” la reputación de la hija y de la nieta del fallecido Presidente -Presidente mártir, para la izquierda. Es más, al poner su rúbrica en los documentos de la frustrada operación inmobiliaria, el propio Presidente incurre en notable abandono de sus deberes constitucionales.
El Presidente Boric prometió defender y hacer valer la Constitución. Pero también hizo entusiasta campaña para remplazar esta Constitución, osadamente sugiriendo que cualquier cosa sería mejor que la actual. Es imposible no mencionar lo irónico que resulta que Boric y su gobierno ahora demuestran que ni siquiera sabían bien lo que decía la Constitución que ellos prometieron respetar.
Resulta difícil saber en qué va a terminar este escándalo. De partida, sabemos que dificultará otros acuerdos importantes que el país necesita, como la reforma de pensiones y mejores políticas para combatir la delincuencia y el crimen. A estas alturas, parece improbable que la senadora Isabel Allende o la ministra Maya Fernández sean obligadas a abandonar sus cargos, aunque haya buenas razones legales para argumentar que existió una violación a la constitución. Pero lo que sí ya sabemos, es que uno de los legados más recordados de Boric será su especial habilidad para hacerle un daño innecesario e irreparable al legado de Allende que Boric tanto quiso ensalzar.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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