Una vez más, al conocerse los resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), nos informamos de lo que ya sabíamos, aunque podemos contar con ciertos detalles, resultados específicos, tendencias y ubicaciones en los rankings. La síntesis podría ser esta: la enseñanza estatal marcha hacia el despeñadero, los resultados que obtiene a nivel de aprendizaje son muy malos y predeciblemente seguirán así durante mucho tiempo.
En otras palabras, la autodestrucción de la educación chilena, como la denominamos en su momento en El Líbero, no sólo se mantiene, sino que no hay signos de cambio de rumbo ni esperanzas de un futuro mejor. Hay algunos números que se repiten o empeoran: de los 100 establecimientos con mejores resultados, 98 son particulares pagados, uno es particular subvencionado y sólo uno es municipal; la “brecha” entre los particulares pagados y los municipales es de 180,7 puntos, considerando las pruebas de Lectura y Matemáticas (se agranda a 196,7 respecto de los servicios locales de educación); de los 53.147 estudiantes de establecimientos municipales que rindieron la prueba, 19.561 obtuvieron menos de 500 puntos; si consideramos los últimos diez años, los alumnos en liceos estatales en el 20% superior de puntajes bajaron del 10,2% al 9,5%. Una revisión de otros ítems lleva a reflejar las mismas tendencias, como una especie de profecía autocumplida.
Todo lo anterior es estadística. El drama humano es mucho más profundo: Chile se ha convertido en una verdadera fábrica de desperdicio de talentos. Salvo que creamos que los sectores más acomodados sean esencialmente más preparados o inteligentes, la verdad es que duele comprobar que muchas personas destinadas a un desarrollo personal e intelectual mayor quedan en el camino o cuentan con menos oportunidades en la vida sencillamente porque el sistema educacional va coartando sus posibilidades y limitando su desarrollo.
Como esto se repite cada año, sería bueno saber la causa de los malos resultados de los establecimientos estatales. En segundo lugar, resulta clave saber qué se está haciendo (si en realidad se hace algo) para mejorar la enseñanza y el aprendizaje en los sectores populares. Finalmente, una pregunta clave: cuáles son los objetivos en el corto, el mediano y el largo plazo en materia de aprendizajes, de mejoramiento de puntajes y de acceso a la educación superior. Todo esto debe hacerse con argumentos sólidos y datos concretos, no con frases para la galería como “educación gratuita y de calidad”, que luego se prueban falsas.
En los últimos días también se ha debatido el tema de los liceos emblemáticos, cuyos resultados han ido deteriorándose año tras año. Si antes había varios de ellos entre los mejores del país, hoy los resultados muestran un continuo deterioro. El histórico Instituto Nacional está en el número 303 del ranking (512 estudiantes rindieron la PAES, menos que hace años); el Carmela Carvajal en el 397; el José Victorino Lastarria se ubica en el lugar 422 y así continúa el deterioro en otros establecimientos que antes fueron un foco de promoción social y oportunidades. Es verdad que hay algunas buenas noticias que permiten abrir oportunidades, como el resultado de los Liceos Bicentenario, en cinco de los cuales sus estudiantes promediaron sobre 700 puntos y que desde hace años se levantan como una buena oportunidad para seguir los estudios de enseñanza media.
Quizá ya no debiera llamar la atención dos vicios que se repiten cada año: la indiferencia general, la irresponsabilidad de los sectores políticos que han estado involucrados en la decadencia de la enseñanza y la falta de propuestas concretas para mejorar los resultados de los estudiantes. Algunas preguntas podrían conducirnos a aclarar las dudas, si es que alguien se anima a contestar. ¿Qué resultados espera cada año la enseñanza estatal, bajo la lógica de educación gratuita y de calidad? En otras palabras, a qué se llama calidad y cómo se mide. Otra pregunta clave parece ser: ¿Cuánto ha contribuido a mejorar el “efecto par” el aprendizaje y los resultados de los distintos establecimientos, considerando que fue uno de los argumentos que se utilizó para terminar con la selección hace una década?
Hay otros temas que deberían ser objeto de estudio, probablemente de expertos en educación. Los resultados desastrosos en las pruebas de lenguaje no deberían llamar la atención. Si analizamos los números en las pruebas Simce de 4° básico, podemos comprobar que cerca de la mitad de los niños no entendía lo que leía hace cinco, diez o quince años; que en segundo medio los resultados se repetían. ¿Por qué habrían de mejorar después de la rendición de la PAES, si no adoptaron las soluciones remediales en su momento, si no se trabajó para que los niños efectivamente leyeran y comprendieran?
Hay un último factor que es necesario considerar: son las reformas “educacionales” que se han realizado en Chile. La última relevante para estos efectos fue la que puso fin al lucro, al copago y a la selección. La pregunta se cae de madura: ¿en qué medida esas transformaciones administrativas y económicas han contribuido a mejorar la enseñanza en el país, así como el aprendizaje de los niños y jóvenes y los resultados en las diferentes mediciones que existen? Es clave conocer la información con números claros, información precisa, análisis inteligentes y sin ambigüedades o populismo. En cualquier caso, es bueno tener algo claro: las reformas administrativas no mejoran la educación. Lo que se requiere es una transformación educacional, que transforme la enseñanza y mejore los aprendizajes. Para esto son relevantes los padres, los profesores y los propios estudiantes.
Uno de los mayores dramas que existen y se repetirán, consiste en que estos resultados de la PAES generan un debate puntual, que dura unos cuantos días, produce lamentaciones y manifestaciones de preocupación. El resto del año sigue igual: las cosas no cambian, los malos resultados se repiten y la indiferencia vuelve a ser el patrón de conducta.
Con esos datos, podemos predecir cómo vendrá el camino hacia adelante: Chile seguirá siendo una fábrica de desperdicio de talentos, de farra de generaciones de niños y jóvenes que no encuentran las oportunidades que merecen. No se trata de llorar y lamentarse: es necesario cambiar y volver a creer. Eso requiere determinación, propuestas concretas, resultados esperados. Creo que las universidades podrían hacer una gran contribución al respecto. En cualquier caso, el problema está en otro lado: no se pueden obtener mejores resultados haciendo lo mismo y no hay revolución con los mismos actores.
Quizá la indiferencia -política, social, incluso en los propios actores de la educación- sea un drama que todavía tiene vida por delante. No obstante, es preciso entender que este hundimiento de la educación no es eterno, y en la hora de las definiciones, es mejor estar en el lado correcto de la historia.
Por Alenadro San Francisco, investigador senior, Instituto Res Publica; Académico Facultad de Derecho P. Universidad Católica de Chile, para El Líbero
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