Ahora que está por cumplirse el primer aniversario del sensible fallecimiento del ex Presidente Sebastián Piñera, muchos en la coalición derechista de Chile Vamos se sienten tentados a poner el legado de Piñera al centro de la campaña presidencial en ciernes. Pero los chilenos están más interesados en tener un mejor futuro que en mensajes que llamen a Chile grande de nuevo (Make Chile Great Again).
Las referencias a los años dorados de la Concertación y a los dos periodos de Piñera generan nostalgia en la élite, pero es improbable que ayuden a atraer votos en un electorado que, convencido de que el país va por un camino equivocado, quiere soluciones nuevas y acordes a la realidad de hoy y no volver al pasado.
Los homenajes que se harán esta semana a la memoria del ex Presidente equivocadamente pudieran llevar a algunos a pensar que los chilenos quisieran volver a tener a Piñera como Presidente. Igual que lo que ocurre con la memoria de Salvador Allende en la izquierda, la gente respeta el legado del ex Mandatario, pero no quiere volver a vivir la experiencia de tenerlo en el poder. La izquierda prefiere honrar a un Allende mártir que tener en el poder un gobierno que quiera implementar las políticas que impulsaba Allende. De igual forma, la derecha debiera comenzar a aceptar que honrar la memoria de Piñera no es lo mismo que tratar de reeditar lo que fueron sus dos gobiernos.
No hay que olvidar que Piñera fue el Presidente con la aprobación presidencial más baja desde el retorno de la democracia. Es más, el buen desempeño electoral de José Antonio Kast en 2021 se explica en buena medida porque los propios votantes de derecha abandonaron a la coalición oficialista entonces liderada por el Mandatario desde La Moneda. La fracasada candidatura presidencial del candidato de la derecha tradicional, Sebastián Sichel, fue diseñada y orquestada desde el palacio de gobierno. Pero la impopularidad de Piñera, y la incapacidad de Sichel para buscar representar la totalidad de la derecha chilena, terminaron por hundir a esa candidatura.
Los chilenos hoy están convencidos de que el país avanza por el camino equivocado. La delincuencia, el magro crecimiento económico, la insuficiente creación de empleos formales, la inflación que sigue amenazante, el valor de la UF que ahoga a familias endeudadas y la sensación de que el gobierno simplemente no da el ancho alimentan la demanda por cambios. Aunque no sabemos quién ganará la elección presidencial de 2025, sí sabemos que ganará un mensaje de cambio. Incluso la candidatura oficialista deberá distanciarse de lo que ha hecho el gobierno de Gabriel Boric.
Pero demandar un cambio no significa que la gente quiere volver al pasado. Los chilenos quieren construir un mejor futuro. Puede haber prácticas y valores del pasado que la gente quiere retomar -como la voluntad para construir consensos y el foco en el desarrollo económico. Pero los chilenos saben que las innovaciones tecnológicas han cambiado de tal forma a la sociedad que es imposible volver al pasado. Los chilenos están determinados a mirar al futuro y quieren un gobierno que responda a las demandas y necesidades del Chile de hoy. Cada vez que un político habla del pasado, los chilenos pierden interés. Prometer volver al pasado es ahuyentar a un electorado que ansiosamente busca alguien que ofrezca una mejor alternativa de futuro.
El legado del Presidente Piñera, como todos los legados de sus predecesores, tiene grandes luces e innegables oscuridades. Pero como todos los miembros de su generación que forjaron el camino de la transición a la democracia y que llevaron el timón del país por las tres décadas que transcurrieron entre 1990 y 2020, Piñera era un producto de un país muy diferentes al que tenemos hoy. Las respuestas para los problemas de hoy requieren de liderazgos distintos, acordes a los tiempos que hoy vivimos. Lo peor que puede hacer una coalición política es tratar de replicar modelos que funcionaron en décadas anteriores cuando la realidad de hoy requiere nuevos modelos.
Es cierto que sabemos qué cosas funcionan y cuáles nunca han funcionado. Las soluciones para encontrar un mejor camino para el país requieren aprender de los errores y aciertos del pasado. El pragmatismo y la capacidad de construir acuerdos siempre serán una buena receta. Restringir el rol del Estado y promover el poder creativo del mercado siempre serán buenos principios que deben ajustarse a la realidad de cada país y cada momento histórico. Pero caer preso de la nostalgia de un pasado que no fue tan ideal ni exitoso es una receta segura para el fracaso electoral y para una derrota en las urnas.
Precisamente porque el país enfrenta problemas nuevos y otros que son el resultado de los éxitos logrados en décadas anteriores, las respuestas que debe ofrecer hoy la clase política deben centrarse en el futuro y en promover rostros nuevos. A los que ya sirvieron a su patria, hay que dejarlos descansar en paz. Los expresidentes deben entrar a ese espacio de construcciones míticas e idealistas del pasado. Pero sus nombres deben estar, por lo general, ausentes en las campañas presidenciales precisamente porque la gente quiere hablar de futuro y no volver al pasado.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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