Pareciera ser que el título de la novela de Herbert George Wells sobre la primera invasión marciana a la tierra, ícono de la ciencia ficción, que fue transmitida como radio teatro con pánico mundial por Orson Wells en 1938, es un título para referirse al hoy. No protagonizada por marcianos, sino por seres humanos en el que dos bandos con visiones de mundo opuestas se enfrentan a nival global. Están los que entienden a la persona humana como sustancia individual de naturaleza racional y ponen a la razón por sobre la voluntad. Por otro lado están quienes renunciaron a la racionalidad como algo esencial y distintivo de la humanidad, esos que han puesto el sentimiento por sobre la razón, los que niegan la realidad, la evidencia y la ciencia; los irracionales, encarnados en la llamada cultura woke.

El termino woke viene el anglosajón, despertar (wake up). La idea es un despertar consciente que permite ver las contradicciones de la sociedad civil, es una mirada marxista de lucha de clases trasladada a minorías vistas desde la dialéctica opresor oprimido. Esta visión permea minorías y causas, tales como el feminismo, lobby LGTBQ, ideología de género, racismo, indigenismo, ecologismo y otras. Se busca liberar al oprimido del opresor desde el Estado, bajo la idea de “la inclusión” desde cuotas de participación y prebendas por “discriminación positiva”, rompiendo, en todos los casos, con la igualdad ante la ley.

El objetivo primordial es agudizar los conflictos políticos, trasladándolos a temas culturales que apuntan, como solución, a la colectivización y la estatización. Sólo el Estado los puede salvar. Esta visión falseada de la realidad fue imponiéndose en la sociedad, permeando a las empresas, bajo la idea de la colaboración político empresarial, en las que se les exigió roles que van más allá de sus radios de acción. Visiones totalizantes, desde la mal llamada “responsabilidad social empresarial” e imponiendo por fuerza políticas de DEI (diversidad, equidad e inclusión), contrarias al mérito y la calidad, todo promovido desde la agenda internacional y sus objetivos de la agenda 2030/45.

Desde hace algunos años esta visión irracional se instaló como lo “políticamente correcto” y los “buenistas” de todos los sectores, lo aceptaron como algo deseable. Lo consideraron un imperativo moral, redefiniendo bien y mal. Tras esto, vinieron las acciones afirmativas para imponer esta visión a toda la sociedad. La agenda contraria a toda racionalidad permeó colegios, universidades, medios de comunicación, la industria del cine, creando una nueva definición de bien y mal y de normalidad. De este modo las empresas, la sociedad civil, temiendo “no pertenecer”, callaron y aceptaron el avance de esta visión alejada de la realidad y el sentido común y en muchos casos hasta intrínsecamente perverso.

Al comienzo el avance fue sutil y muchos no terminaron de darse cuenta de los objetivos finales y real significado. De este modo, la tiranía de minorías de élite se impuso sobre las mayorías sociales. Asociaciones de padres comenzaron a levantar la voz en particular frente a la colectivización de sus propios hijos con la ideología de género en el aula, lo que comenzó a encender alarmas. Pero los gobiernos y las empresas avanzaban hacia lo irracional con una agenda de corte socialista impregnada de marxismo identitario. Leyes forzaron a incorporar esta nueva visión so pena de no quedar bien en los rankings o de padecer el peso de la ley. Los arcoíris, la autopercepción, las prebendas y cupos para minorías eran la tónica instalada. La idea de “justicia con perspectiva de género”, es decir, intrínsecamente injusta, ya que se aleja de los hechos y la objetividad comenzó a ser visto como algo deseable.

Pero, poco a poco las voces contrarias a esta locura y en defensa de la familia, considerada la célula básica de la sociedad desde antes de Cristo, comenzaron a aparecer. Fueron primero algunas voces desde Europa, como Giorgia Meloni, en Italia o Viktor Orban, en Hungría que comenzaron a enfrentar las imposiciones y a defender la familia como esencial y criticar la inmigración indiscriminada. A estas voces, se sumaron otros ecos débiles en el viejo continente. Pero sin duda, fue la llegada de Javier Milei al poder de Argentina, la que abrió la puerta para un real ataque frontal, sin miramientos políticos y con la dura verdad de frente. Su “batalla cultural” apoyada desde Faro, con intelectuales de renombre como Agustín Laje le permitieron tener una claridad mental hasta entonces inexistente. A esto se le suma su valentía y convección de hacer lo correcto, cueste lo que cueste.

En el motor y corazón de esta agenda irracional de corte globalista y socialista, el Foro Económico Mundial de Davos, les dijo todo de frente. Esta entidad, fundada por el economista, Klaus Martin Schwab se estableció como una organización sin fines de lucro que reúne anualmente a jefes de Estado, líderes políticos, empresas, sociedad civil y medios de comunicación de todo el mundo para trabajar sobre los principales desafíos globales y que desde su fundación ha impuesto una forma para lograr un “Gran Reinicio” (Great Reset) de la economía mundial que permita adoptar un modelo diferente. Busca transformar la realidad, cambiar la “infraestructura”, la economía, para así cambiar la sociedad. Algo muy marxista, ayer y hoy. Para esto instaló la llamada agenda 2030, que suenan bien en sus principios, pero que esconde un marxismo cultural, la cultura woke, que es un atentado contra la cultura cristiano occidental tradicional. Busca, igual que Marx, la creación de un “Nuevo Hombre” en “un nuevo mundo”. Quiere transformar la realidad existente porque la odia.

Milei, en el discurso de este año en Davos, les dijo en la cara de los asistentes, la verdad tras esta agenda y los culpó por sus funestos resultados. Los responsabilizó de crímenes impunes como la mutilaciones de niños y de instalar redes de pedofilia, entre otras cosas. Se levantó como el guardián del sentido común y la racionalidad, la voz de un mundo silenciado. Tras esto, el discurso de Donald Trump fue efectista y anunció medidas para hacer retroceder lo irracional y recuperar el espacio del sentido común. No sólo lo dijo en Davos, sino que desde que asumió ha firmado decretos y mandatos para volver a la cordura y al “common sense” en Estados Unidos. Desde su llegada al poder, Mark Zuckerberg anunció el fin de la censura en Meta y terminó con sus políticas de DEI. Lo mismo hizo Walmart y otras multinacionales. Hasta el promotor mundial del wokismo, “la batuta” de la agenda 2030, Disney decidió cambiar su política y volver a la racionalidad, ya que su impostura había tenido malos resultados comerciales.

Lo cierto es que “la guerra de los mundos” está que arde, la cultura woke ha perdido el monopolio comunicacional y ahora esperemos que retrocedan en las universidades y colegios y que el mundo vuelva a la cordura y a la racionalidad. Solo así primará la idea de verdad siempre válida y, por tanto, habrá un bien y mal objetivo.

Por Magdalena Merbilháa, periodista e hstoriadora, para El Líbero

/psg