Durante los años más tensos de la Guerra Fría, Estados Unidos consideró una idea que hoy parece sacada de una película de ciencia ficción: detonar una bomba de hidrógeno en la Luna. Así lo revela el Proyecto A119, un plan ultrasecreto que buscaba demostrar poderío militar ante la creciente influencia de la Unión Soviética en la carrera espacial.

El proyecto, desarrollado entre 1958 y 1959, estuvo liderado por el físico Leonard Reiffel y contó, según documentos desclasificados, con la participación del joven Carl Sagan. El objetivo era provocar una explosión visible desde la Tierra, como un mensaje de fuerza dirigido especialmente a Moscú.

La detonación se habría realizado en la línea que separa el lado iluminado del oscuro del satélite, buscando generar un destello que impactara visualmente al mundo entero. La bomba elegida no era cualquier artefacto: se trataba de una de hidrógeno, mucho más poderosa que la lanzada en Hiroshima.

El contexto era complejo. En 1957, la Unión Soviética había logrado un hito con el lanzamiento del Sputnik 1, el primer satélite artificial en órbita. Estados Unidos, que había fracasado en su intento con el cohete Vanguard, buscaba recuperar terreno en la percepción pública y política.

Aunque la prensa llegó a sugerir que la URSS también contemplaba un bombardeo lunar para conmemorar la Revolución Bolchevique, los riesgos de una posible caída en suelo propio hicieron que la idea fuera abandonada.

Finalmente, ambos países apostaron por un enfoque distinto: llegar a la Luna con una misión tripulada. Estados Unidos lo logró en 1969, dejando atrás los planes más radicales, pero no por eso menos reales, de marcar el espacio con una explosión nuclear.

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