Cuando nos enamoramos, nuestro cuerpo entero parece entrar en un estado de euforia: el corazón se acelera, los pensamientos giran en torno a una sola persona y sentimos una mezcla de alegría, energía y ansiedad. Pero, ¿qué sucede realmente en el cerebro y en el corazón cuando experimentamos esta poderosa emoción? La ciencia ha avanzado notablemente en comprender los mecanismos detrás del amor romántico y cómo afecta nuestra salud física y mental.

La neurobióloga y antropóloga Helen Fisher, referente mundial en el estudio científico del amor, asegura que el amor romántico es una de las experiencias humanas más intensas y adictivas. «Es más fuerte incluso que el impulso sexual», afirma. Su trabajo, desarrollado durante décadas en la Universidad de Rutgers, ha demostrado que cuando nos enamoramos, se activan potentes sistemas cerebrales ligados a la recompensa, la motivación y el deseo.

Una explosión química en el cerebro

La doctora Silvia Folgar, neuróloga del Hospital de Clínicas de la UBA, señala que el enamoramiento inicial provoca una intensa liberación de dopamina, el neurotransmisor relacionado con la recompensa y la euforia. Estudios con resonancia magnética funcional han demostrado que ciertas áreas del cerebro —como el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y el córtex prefrontal— se activan ante estímulos vinculados a la persona amada.

Además de la dopamina, el cerebro libera serotonina (que estabiliza el ánimo) y oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, la cual promueve la conexión emocional, la confianza y la sensación de bienestar. Estos compuestos químicos provocan sensaciones similares a las generadas por ciertas drogas, como la cocaína, lo que explica el comportamiento obsesivo, el aumento de energía y la falta de apetito o sueño.

El corazón también lo siente

Aunque el amor se origina en el cerebro, se experimenta con intensidad en el corazón. El cardiólogo Mario Boskis, director del Instituto Cardiovascular San Isidro, explica que la oxitocina también tiene efectos positivos en el sistema cardiovascular: ayuda a reducir la presión arterial, mejora la función cardíaca y, según estudios recientes, puede activar mecanismos de reparación del tejido cardíaco.

Boskis también destaca que el estado civil influye en la salud del corazón. Un metaanálisis publicado en el British Heart Journal, que analizó datos de más de 2 millones de personas, concluyó que quienes están en pareja tienen menos riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares que quienes están solteros, viudos o divorciados.

El amor ayuda a dormir mejor

Dormir con la persona amada también tiene efectos positivos. Según la doctora Stella Maris Valiensi, especialista en medicina del sueño, compartir la cama mejora el descanso, incrementa la fase REM y sincroniza los ritmos de sueño de ambos, lo que repercute en una mejor salud emocional y cognitiva. Dormir acompañado ayuda a reducir el estrés y fortalece los vínculos emocionales.

¿Y qué pasa cuando el amor se termina?

Pero el amor no siempre dura. Cuando hay una ruptura o el amor no es correspondido, el cerebro también lo sufre. Según Folgar, el cerebro reacciona con un «síndrome de abstinencia de amor», activando circuitos de estrés similares a los de la adicción. Las neuronas del núcleo paraventricular del tálamo (PVT) regulan las respuestas conductuales al enamoramiento y al rechazo, lo que puede provocar síntomas como ansiedad, tristeza, depresión y desmotivación, producto de la caída de la dopamina y serotonina.

¿Cuánto dura el enamoramiento?

Helen Fisher sostiene que el amor es una necesidad fisiológica y una estrategia evolutiva para asegurar la reproducción y el cuidado de la descendencia. Pero con el tiempo, los circuitos de recompensa se estabilizan. Según la doctora Folgar, el enamoramiento intenso suele durar hasta tres años, luego de lo cual da paso a una fase más estable, caracterizada por un amor profundo, basado en el vínculo emocional y la confianza, con menor activación cerebral, pero mayor duración.

Así, lo que comienza como una explosión química con mariposas en el estómago puede, con suerte, convertirse en un lazo duradero que protege nuestro corazón —literal y metafóricamente— y nutre nuestro bienestar físico y emocional.

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