El mundo se horrorizó al enterarse que, en la madrugada de un día cualquiera, un matrimonio como muchos había sido asesinado mientras dormía en su casa de Graneros. Eran las 03.30 cuando sonó el 133 de Carabineros para pedir ayuda; estaban siendo atacados con armas de fuego… la comunicación se cortó; la policía intentó identificar el lugar y no pudo, trató de obtener detalles pero no tuvo respuesta… Rodrigo González, agricultor de 61 años, y su señora, Carolina Calleja, que trabajaba en un Colegio de Machalí, habían sido acribillados al interior de su domicilio, en la más absoluta indefensión. ¡Ese es el Chile de hoy!
Ya no sólo es el timado, el robo o “el cuento del tío”, ya no solo es un simple delincuente. Hoy hay violencia, crimen organizado y narco terrorismo en todas partes, ciudades, campos y barrios; el país vive en un estado de total inseguridad, nadie está a salvo de un portonazo, de una encerrona o de una agresión armada en su domicilio. Basta ver las noticias, las cifras son alarmantes. ¡El miedo se ha transformado en… cosa viva!
El crimen y la violencia son la semilla de ese miedo; cuando el miedo se siembra en una sociedad, sus frutos son la desconfianza, la inseguridad y la desesperanza. ¿Cómo va a ser tan difícil que nuestras autoridades lo entiendan?
Una sociedad aterrada pierde bastante más que su seguridad, pierde su capacidad de crear, crecer y soñar con un futuro mejor; además, una sociedad horrorizada sufre una sensación permanente de miedo y conmoción, lo que se traduce en ansiedad colectiva y en pérdida de confianza en sus instituciones políticas, judiciales, de orden y seguridad, todas…
Claramente, a juicio de esta pluma, la situación no da para más, ha llegado la hora de “tomar el toro por las astas”. ¡Basta de discusiones estériles! La pena de muerte, por mucho que algunos la pidan, es inviable por mil razones; las “creativas” estrategias para hacer eficiente el actuar de las policías y fortalecer el trabajo de los municipios, son en buen chileno “paja molida”, no van a dar con la solución requerida ni responderán a la urgencia que se necesita.
La solución no es fácil, pero hay que tomar decisiones. Nuestras autoridades y nuestras instituciones deben convencerse que los delincuentes y los criminales no son “infractores” o “antisociales”, son lisa y llanamente “enemigos”, y como tales hay que tratarlos. Las fuerzas de Orden y Seguridad deben actuar en consecuencia, la ley debe respaldarlos a todo evento y, en el caso de la sociedad civil, la ley debe permitir claramente la tenencia de armas en los domicilios para que, quien viole la seguridad de un hogar, asuma que será… “hombre muerto”.
Por último, para esta pluma es inaceptable que, ante el alevoso asesinato del matrimonio Gonzalez-Callejas, el Ministro de agricultura haya dicho con todo desparpajo “no sean llorones”.
Ministro, entienda… los que debieran llorar son los criminales.
Por Cristián Labbé Galilea
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