Hay algunas premisas sobre lo que está viviendo Chile este 2025, que se pueden resumir brevemente. Una de ellas es que podría ser un año decisivo, considerando que se desarrollarán elecciones presidenciales y parlamentarias. Debemos considerar que se trata de los primeros comicios de este tipo tras el experimento constituyente iniciado en 2019. Otra se refiere a que estamos en los últimos 12 meses del gobierno del Presidente Gabriel Boric, quien no ha podido realizar las reformas estructurales que se había propuesto, tanto por su proyecto político como por lo que fue la derrotada Constitución de la Convención. Un último caso es que, para analizar la situación política y electoral, debemos considerar la liquidez de la situación nacional, que puede cambiar de un momento a otro. Es verdad que todavía queda mucho, pero cada vez menos y se empiezan a acelerar las definiciones de los candidatos (o quienes esperan serlo), los partidos y conglomerados.

El primer eje de este 2025 es de carácter electoral, como suele ocurrir en los años en los que hay definición de un nuevo Presidente de la República. Así fue históricamente en el siglo XX, particularmente en aquellos momentos de crisis o de cambio histórico, como los que definieron la llegada de Arturo Alessandri a La Moneda en 1920 o de Salvador Allende en 1970. En otra línea debe mencionarse el plebiscito de 1988, por su inmenso significado. En este siglo XXI también ha habido instancias importantes, como la elección de la primera mujer, Michelle Bachelet; luego la llegada de partidos de centroderecha al gobierno, con Sebastián Piñera (ambos fueron elegidos una vez más); finalmente la llegada de Gabriel Boric a “la casa donde tanto se sufre”, aprovechando en 2021 el último viento de la revolución de octubre de 2019.

Este 2025 es especial. La izquierda aprecia el bajo apoyo a la administración del Presidente Boric, lo que prevé un resultado electoral negativo para su continuidad, ha debido enfrentar negativas de la candidata natural Michelle Bachelet, cuenta con candidaturas que no prenden y hemos podido ver indefiniciones que dicen mucho, como ha ocurrido en el Partido Comunista.

Las derechas, por el contrario, se muestran expectantes ante la posibilidad de llegar al Poder Ejecutivo (por parte de Kast o de Kaiser) o de volver a él (por parte de Matthei y su coalición). Si bien esta última cuenta con mayor respaldo, se ha ido estrechando respecto de sus competidores, en un escenario que puede moverse en diferentes direcciones durante el año. Una serie de encuestas alimentan los análisis sobre las perspectivas de los candidatos, las variantes según quién llegue a primera vuelta o pase a segunda, y también la forma en que los partidos y coaliciones deben enfrentar el proceso, que básicamente se refiere a si debe existir unidad o candidaturas diversas y en diferentes listas parlamentarias.

El segundo eje de este 2025 es de naturaleza política, lo cual obviamente se cruzará con el tema electoral. Sin embargo, el asunto es mucho más complejo, y se expresa en el pensamiento y acción de cada dirigente, candidato o partido, así como en las consecuencias de las decisiones de otros que golpean a la política, pero que tienen un origen distinto. Es lo que pasa con las decisiones judiciales, las filtraciones en la Fiscalía o las resoluciones del Tribunal Constitucional. Incluso los cambios promovidos por Donald Trump en materia arancelaria.

Sin embargo, hay otro aspecto que se puede controlar, pero requiere liderazgo y decisión: es la capacidad de copar la agenda, instalar temas y orientar la discusión pública, saliéndose de lo políticamente correcto o lo más popular en un momento determinado. En esto no sólo serán relevantes los candidatos, sino también los partidos y sus dirigentes.

Finalmente, el tercer eje se manifiesta en el plano económico-social. Se trata de un tema “venido a menos”, por la excesiva politización de la discusión y por la mediocridad de los resultados de la economía. No obstante, es un área de permanente actualidad y que será más relevante en este 2025. Todavía no somos conscientes de la grave situación de la nueva cuestión social que azota a Chile, manifestado en la falta de vivienda y el incremento de los campamentos; los malos resultados de la enseñanza, en términos de aprendizaje; los problemas en la salud (que se expresa de manera dramática en las listas de espera); la cuestión poblacional, con escaso número de nacimientos en el país; la situación de la juventud “nini” y otras tantas expresiones propias de una sociedad que pasó desde el vuelo al desarrollo a un camino ripioso hacia la medianía.

El tema del crecimiento económico aparece en ocasiones, pero sin la fuerza suficiente ni las decisiones que permitan mejorar los números de manera contundente. La nueva cuestión social es un problema que muchos no entienden o ni siquiera conocen. No obstante, resulta crucial, porque apunta al sentido de la política: contribuir a que la gente viva mejor, que tenga mejores perspectivas de desarrollo espiritual y material y, en consecuencia, que facilite avanzar hacia una sociedad más justa y libre.

Subsiste una cuestión de fondo, que incluye a esos tres ejes que hemos mencionado. El tema central para Chile se refiere a la capacidad que tenga para enfrentar la pendiente de decadencia que ha sufrido el país en las últimas décadas y que lo distancian del anhelado desarrollo. En esta coyuntura histórica no están solo en juego algunos nombres que aparecerán en la papeleta o partidos en la disputa por espacios de poder. La cuestión fundamental es la capacidad que pueda tener Chile para revertir el camino seguido por años y volver a creer y a crecer, a dar mejores condiciones de vida a los habitantes de esta tierra y a enfrentar la nueva cuestión social con decisión y logros medibles. Para eso se requieren cambios importantes en el régimen político, en la estructura del Estado y en ciertas normas e instituciones que detienen el progreso y son un lastre que casi todos critican.

Por todo lo anterior, este año es importante, pero la hora de la verdad llegará a partir del 11 de marzo de 2026. Ahí no se medirá la popularidad solamente, sino también el liderazgo, la capacidad de pensar, actuar e incluso convencer, no de seguir en forma casi automática a las encuestas, la opinión pública o las posturas más fáciles y populares. Después de todo, gobernar es muchas cosas, pero hay una indefectible: gobernar es liderar, con todas sus consecuencias.

Por Alejandto San Francisco, académico Universidad de Tarapacá y coautor de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

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