Aunque los candidatos oficialistas tienen pocas chances de ganar en las elecciones presidenciales de noviembre, cualquier candidatura de izquierda que logre introducir una dosis creíble de cambio tranquilo, gradual, y pragmático será competitiva, especialmente en la medida que el cambio que ofrezcan las alternativas de derecha sea demasiado radical. Precisamente porque los chilenos quieren cambio, pero no quieren refundar el país ni dar giros demasiado radicales y traumáticos, el mensaje ganador en las próximas elecciones será el que ofrezca el mayor grado de cambio con el menor riesgo de incertidumbre.

Las elecciones siempre son sobre el cambio. Incluso cuando las cosas van bien y las autoridades son populares, los candidatos deben presentar una plataforma que subraye qué cosas harán de mejor forma y qué demandas insatisfechas de la ciudadanía buscarán resolver en el siguiente periodo.

Cuando las cosas no andan bien y la gente percibe que el país va por el camino equivocado, el mensaje de cambio en las elecciones es todavía electoralmente más poderoso. Los candidatos deben marcar distancia con el gobierno saliente y enfatizar mensajes que destaquen que ellos darán un golpe de timón para poner al país en el sendero correcto. Las candidaturas que hablen de continuidad tienen nulas opciones cuando la gente cree que el país está estancado.

Desde 2009, los chilenos han votado por alternancia el poder. Ninguna coalición ha logrado ganar dos elecciones consecutivas en Chile desde que Bachelet derrotó a Piñera en la segunda vuelta de 2025. Hay cientos de miles de votantes en Chile que no tienen memoria de una victoria presidencial oficialista. Para muchos, la alternancia en el poder es lo único que conocen.

Además, la elección de 2025 será la primera contienda presidencial con inscripción automática y voto obligatorio. Sabemos que el voto obligatorio alimenta las huestes de votantes que están descontentos con el sistema y que quieren castigar a los que ostentan el poder. Este año, la cancha está especialmente cargada a favor de los candidatos que prometan cambio.

Pero los chilenos no quieren cualquier cambio. Cuando el cambio que ofrece la oposición es demasiado radical, la gente se asusta. La experiencia de ambos procesos constitucionales dejó meridianamente claro que los chilenos no quieren refundaciones ni extremismos. Cuando el cambio que prometen los candidatos es demasiado radical, la gente se asusta. Los chilenos saben que el país avanza cuando hay grandes acuerdos y cuando los presidentes buscan gobernar para todos y no solo para aquellos que votaron por ellos en primera vuelta. Por eso, la gente demanda cambio, pero también demanda que los políticos construyan acuerdos y generen mayorías amplias.

Es cierto que la gente se entusiasma con políticos que hablan fuerte y prometen mejoras inmediatas. Especialmente frente a los problemas que la gente considera como más prioritarios, la gente quiere soluciones concretas e inmediatas. Como la delincuencia y la inseguridad son los problemas que la gente considera como más importantes, aquellos políticos que prometen mano dura -incluyendo meter bala a los delincuentes- entusiasman a la galería. Pero la gente también se asusta cuando la balanza se carga demasiado para el otro lado. La gente tampoco quiere que su condición social o nivel de ingresos sea motivo suficiente para que sean considerados como sospechosos de delincuentes. Así como no todos los delincuentes son víctimas de la sociedad, tampoco todos los pobres son delincuentes.

Ahora que la cancha se llena de candidatos y la gente empieza a poner atención a la próxima carrera presidencial, los aspirantes a La Moneda buscarán diferenciarse y atraer el apoyo de los votantes con promesas creativas y provocadoras. El cambio será el hilo conductor de las promesas. Como los chilenos mayoritariamente creen que el país va por camino, incluso los candidatos oficialistas prometerán implementar cambios importantes. La competencia por llamar la atención llevará a exagerar las promesas. Como la capacidad de atención de la opinión pública es limitada, los candidatos no tendrán tiempo para explicar la letra chica y deberán resumir sus propuestas para problemas complejos en frases simples y mensajes simplistas. El desafío para los candidatos será capturar la demanda por soluciones inmediatas con la responsabilidad que implica gobernar un país. Después de cuatro años de un gobierno que prometió demasiado y terminó haciendo muy poco, los candidatos para suceder a Boric deberán responder a la necesidad de cambio y diferenciarse de un impopular gobierno saliente que no fue capaz de dar el ancho.

Aunque nadie tiene una varita mágica para ganar elecciones, la demanda de los chilenos hoy es por un cambio decisivo y claro, pero también tranquilo y seguro. En un contexto internacional de incertidumbre y turbulencias, la persona que sepa prometer cambios radicales sin sobresaltos ni traumas tendrá la primera opción para llegar a La Moneda en marzo de 2026.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP.

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