En medio de la campaña para las futuras primarias de la izquierda, algunas declaraciones de la candidata Jeannette Jara han causado polémicas y debates: “Cuba tiene un sistema democrático distinto del nuestro… Hay un partido único, pero no es el único sistema así, y cada pueblo tiene que definir su gobierno”. Sus palabras no son las primeras que tienen esta orientación, y tampoco serán las últimas. En este plano, la posición del Partido Comunista ha sido bastante consistente a través del tiempo, desde el lejano 1959, cuando triunfó la Revolución Cubana, hasta el presente. Por lo tanto, nada indica que habrá un cambio radical de postura hacia el futuro.

En 1960 Pablo Neruda escribió su libro Canción de Gesta, publicado en Santiago de Chile y en La Habana. El poeta dedicó su obra “a los libertadores de Cuba: Fidel Castro, sus compañeros de lucha y el pueblo cubano”. La posición no era exclusiva del Partido Comunista de Chile, sino que también había otras fuerzas que valoraban el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista. La situación sería distinta respecto del régimen instalado en la isla, aunque este tuvo un amplio apoyo en Chile, tanto de la izquierda tradicional (el propio PC y el Partido Socialista), como de la nueva, especialmente el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En la práctica, muchos de ellos comprendieron que Cuba había mostrado el camino y el método, el objetivo y la forma de lograrlo, todo lo cual debía ser seguido para lograr levantar de manera exitosa la segunda revolución triunfante en América Latina.

Por cierto, todo esto tenía un ambiente, personas, movimientos y convicciones que debían ser llevadas a la acción: “El deber del revolucionario es hacer la revolución”, había dicho un seguro Fidel Castro en su famosa Segunda Declaración de La Habana (1962), con la ventaja de que él mismo había cumplido su deber. Eso animó a muchos jóvenes a seguir su ejemplo, aunque la izquierda recorrió un camino distinto en Chile: la vía chilena, electoral, allendista si se quiere. Con todo, con la Unidad Popular instalada en La Moneda, la fidelidad a la Revolución Cubana adquirió nuevos bríos: no sólo se restablecieron las relaciones diplomáticas entre ambos países, sino que también el dictador de la isla fue acogido de manera apoteósica durante más de tres semanas en Chile, en las cuales recibió homenajes, dio lecciones, tuvo numerosas reuniones privadas o masivas y pudo analizar en terreno “la vía chilena al socialismo”, sobre la cual siguió teniendo dudas.

No es necesario detenerse en los numerosos y diversos detalles de la relación entre la izquierda chilena y la dictadura cubana, aunque vale la pena hacer algunas consideraciones sobre su evolución. Primero, fue en la isla donde se prepararon los guerrilleros chilenos que lucharían contra Pinochet; Cuba también contribuyó con armas y otros recursos para esa tarea. Segundo, un sector de la izquierda se fue decepcionando de la continuidad del régimen en un marco de pobreza y falta de libertades, e incluso insinuaron a Fidel Castro -durante una de sus visitas a Chile- la posibilidad de abrir el sistema. Tercero, existe una especie de autocensura en sectores más o menos amplios de la izquierda para criticar el sistema político y económico-social de la isla, sea por convicción, por la lealtad histórica o por conveniencia (hay una mayor libertad para condenar la falta de derechos en Venezuela, régimen que tiene menos años y “más apertura” que el cubano).

También existe la posibilidad de que compartan el modo de organizar el poder (la dictadura) o la forma de atentar contra los derechos humanos, Por último, habiendo cumplido la Revolución Cubana más de 60 años de vida, todavía instalados en el poder, el Partido Comunista de Chile ha mantenido su adhesión, sea por pertinacia o coherencia, o por ambas razones.

La fidelidad se ha repetido en diferentes ocasiones y en distintas generaciones. Es como una repetición de la lógica de “El necio”, esa canción de Silvio Rodríguez, que resume tan bien la perseverante actitud comunista tras la caída de los socialismos reales. La ministra Camila Vallejo señaló hace algunos años: “Para nosotros, lo que Fidel Castro diga, reflexiones, lo que nos señale, es como una carta de ruta”. Por su parte, la diputada Karol Cariola manifestó convencida: “Creemos que hoy día Fidel se constituye como un ejemplo de lucha, de consecuencia, en un hombre que transmite solidaridad, que transmite conocimientos”. Ambas se reunieron con el jerarca en 2012, cuando este ya estaba fuera del gobierno por una enfermedad y ellas no llegaban a los 25 años.

Llevado al plano contingente, las declaraciones de la candidata Jeannette Jara deben entenderse dentro de una continuidad histórica que no tiene visos de cambio. El problema es que la democracia cubana, como la denominan los comunistas chilenos, o la dictadura de Fidel Castro, Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, como la comprende la politología y las democracias occidentales, tiene más de sesenta años de vida, prácticamente sin cambios estructurales importantes en sus definiciones básicas: sigue existiendo un gobierno de partido único establecido en la Constitución de ese país (el Partido Comunista de Cuba), hay ausencia de oposición, de prensa libre o de corrientes opositoras, sumado a la falta de libertades cotidianas. Así era hace 60, 30 o 10 años, de manera que un distanciamiento o condena actual del régimen de la isla -por ser una dictadura o por la violación a los derechos humanos- podría dejar en evidencia silencios o complicidades durante décadas y complica la posición histórica de las izquierdas, que no sólo celebraron la Revolución, sino que también la homenajeaban en el Congreso Nacional cada 26 de julio y en otras fiestas del castrismo; reproducían las imágenes y declaraciones de Fidel en sus revistas y diarios, incluso cuando era parte de un debate contra autoridades chilenas, como el Presidente Eduardo Frei Montalva; recibieron a Castro con algarabía en 1971 y continuaron con su amistad e ideas compartidas después de 1973. Por ende, no nos debería llamar la atención la posición de la candidata comunista.

Lo único que nos podría extrañar es la razón de haber instalado el siempre problemático caso de Cuba como asunto de campaña presidencial en Chile, aunque tuviera la intención de fortalecer el voto duro. Pero la situación no sólo resulta confusa, sino que también invita a explicar de forma necesariamente complicada y ha generado inmediatas reacciones condenatorias de parte de los líderes de otras corrientes y los candidatos de las derechas, pero también del Socialismo Democrático e incluso del Frente Amplio. En parte eso se debe a convicciones, aunque podría haber algo de oportunismo electoral, pero ese es otro problema.

Después de todo, política y elecciones, historia y presente, convicciones y contradicciones forman parte del paisaje de la lucha por el poder, tema sobre el cual el régimen cubano sabe mucho, mientras los comunistas chilenos reconocen esa “superioridad” histórica de Fidel Castro y sus revolucionarios de 1959.

Por Alejandro San Francisco, académico Universidad de Tarapacá y coautor de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

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