En el poema “Canto a mí mismo”, integrado en la obra “Hojas de hierba” (1855), Walt Whitman preguntaba:

¿Eres tú el Presidente?

Pues eso no es nada…una bagatela.

Cualquiera puede ser Presidente,

y todos llegarán más allá.

¿Cualquiera puede serlo? La historia lo prueba con creces. Se deduce por supuesto que, al decir ‘Presidente’, el poeta no considera a los tiranos, sino a los gobernantes elegidos. Decir ‘cualquiera’, entonces, implica que la elección incluye todos los riesgos. Por ejemplo, que el elegido no tenga el nivel intelectual y cultural para ejercer el cargo, o que carezca de límites morales, equilibrio emocional y hasta sentido de la realidad.

En materia de elección de los gobernantes, las equivocaciones colectivas son muy frecuentes, como sabemos. Whitman no podía imaginar que la democracia norteamericana, que él celebraba en el siglo XIX, iba a permitir, en el siglo XXI, que llegara a la Presidencia de los EE.UU. un megalómano inescrupuloso, con una capacidad infinita para mentir, prepotente, racista, inclinado a la extorsión, con inclinaciones de emperador y dispuesto a pasar por encima de la Constitución. Era inconcebible hace pocos años, pero pasó.

Está demostrado que el sufragio universal, que es un logro de civilización, puede abrir las puertas hacia cualquier tipo de experiencia. El justo principio de ‘un hombre, un voto’ no asegura por sí mismo ni la rectitud ni el buen criterio de los gobernantes. Y sucede que la calidad de los liderazgos es esencial para que la sociedad mejore, lo cual no se relaciona solo con las habilidades políticas, sino sobre todo con la estatura moral, la decencia, el apego a las buenas costumbres.

¿Qué va a pasar en nuestro país en este terreno? Todas las posibilidades están abiertas. Es urgente que la política salga de la mediocridad que la caracteriza, que no sigan ganando terreno las tendencias populistas, que los poderes del Estado recuperen autoridad ante los ciudadanos, que los partidos sean conducidos con sentido nacional y, ciertamente, que los valores democráticos echen raíces más firmes en la sociedad.

Pocos discuten que Chile retrocedió del punto alcanzado hace más de una década, cuando estuvo a las puertas del desarrollo. La razón principal fue el resurgimiento de las supersticiones revolucionarias, de lo que fue expresión Bachelet II. Luego, vino el extravío completo, la deslealtad con la democracia en los días de 2019 y el delirio de la Convención que trató de refundar Chile, o lo que quedara de Chile. Pagamos muy caro el estado febril. Hoy, el consenso mayor es la necesidad de corregir el rumbo. Pero no necesitamos refundadores de signo contrario.

Es posible que, de aquí al 18 de agosto, cuando se cierre el plazo de inscripción de las candidaturas presidenciales, no se produzcan grandes novedades respecto del elenco de aspirantes a la Presidencia. A estas alturas, es poco probable que aparezca un outsider (de la TV, el fútbol o los negocios, por ejemplo), que suba como la espuma en las encuestas y gane a todos los actuales postulantes. Se puede decir que el sucesor o sucesora de Boric ya está en el escenario.

Cuesta entender la lógica que anima a los partidos de Chile Vamos, que ya proclamaron a Evelyn Matthei, pero parecen creer que deben efectuar una primaria a toda costa, por razones propagandísticas. El resultado puede ser bochornoso: nadie verá esa votación como una verdadera competencia, por lo que no habrá motivación para participar. Al final, puede debilitarse la imagen de la propia Matthei.

En la primaria izquierdista, en cambio, sí habrá competencia entre Tohá, Winter y Jara. Y no se ve por dónde Paulina Vodanovic, del PS, podría aventajar a esas candidaturas. Pero, en realidad, ese es un asunto secundario. Lo principal es que los partidos oficialistas saben que no habrá continuidad del gobierno y que van desapareciendo los incentivos para mantenerse unidos. Quienquiera que gane la primaria, tendrá enormes dificultades para conseguir el voto de los perdedores.

¿Qué puede pasar en la primera vuelta de noviembre, con voto obligatorio? Las encuestas muestran a Matthei en un sólido primer lugar, seguida por Kaiser y Kast, pero surge de inmediato la pregunta de qué ocurriría si Kaiser y Kast pactan el retiro de uno de ellos y suman sus fuerzas. Pues, que podrían pasar a la segunda vuelta dos candidatos de derecha. Parecía insólito hace un año: hoy no lo es.

Serán muy altas las exigencias para el liderazgo presidencial en los tiempos que vienen. El mundo se volvió demasiado inestable como consecuencia de la irracionalidad de Trump. No sabemos cuál será el impacto de la guerra comercial, ni qué consecuencias geopolíticas tendrá el quiebre del orden internacional, pero las señales son sombrías, y ello plantea un reto que hoy no es percibido por las fuerzas políticas, dedicadas a los pequeños cálculos de poder.

Chile va a requerir una mente serena en La Moneda, que busque cohesionar al país frente a las múltiples amenazas derivadas de las convulsiones internacionales. La templanza y el sentido de Estado serán absolutamente cruciales.

Necesitaremos un liderazgo presidencial que asegure la paz interna y restablezca el pleno control del territorio por parte del Estado, que aliente el diálogo y los grandes acuerdos, que ayude a desplegar las capacidades creativas del país y que tenga como preocupación primordial el reforzamiento del régimen democrático, que es la condición para avanzar hacia días mejores.

Por Sergio Muñoz Riveros, analista político.

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