Aunque todavía faltan poco más de seis meses para las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre, las acciones y decisiones que están tomando los partidos que aspiran a que uno de los suyos asuma el poder el 11 de marzo de 2026, condicionarán las decisiones que puedan tomar los electores en las urnas. Aunque bien pudiera ganar la elección presidencial, la decisión de la derecha de ir con al menos tres candidatos presidenciales y dos listas de candidatos al congreso debilitará lo que podría haber sido la paliza electoral más incuestionable desde el retorno de la democracia en Chile.
Como es sabido, los cinco principales partidos de derecha fueron incapaces de organizar primarias presidenciales para escoger a un candidato de unidad. Aunque la abanderada presidencial de los tres partidos tradicionales (RN, UDI y Evópoli), Evelyn Matthei, intentó legitimar su nominación a través de primarias, los abanderados del Partido Republicano, José Antonio Kast, y del emergente Partido Nacional Libertario, Johannes Kaiser, se opusieron. Ambos candidatos creen tener mejores opciones de superar a Matthei en la primera vuelta de noviembre, cuando el voto será obligatorio, que en las primarias de fines de junio, cuando el voto será voluntario. Además, muchos simpatizantes de los dos partidos de la derecha radical creen que la otra derecha (la derechita cobarde) no es lo suficientemente pura para hacer los cambios que necesita el país. A su vez, no pocos en la derecha tradicional creen que asociarse con la derecha más radical.
Así, la derecha está a 24 horas de dejar pasar una inmejorable oportunidad para demostrar que es capaz de construir acuerdos entre personas que tienen diferencias ideológicas. Si bien, el país históricamente ha premiado cuando personas que piensan distinto se ponen de acuerdo (los 20 años dorados de los gobiernos concertacionistas son un ejemplo de lo positivo que resulta cuando partidos que piensan distinto crean una plataforma común), la derecha hoy desperdicia una gran oportunidad para convertirse en una mayoría permanente en Chile, emulando lo que hace 35 años logró hacer la Concertación.
Como irán a tres bandas, las candidaturas presidenciales de la derecha deberán centrarse en destruirse mutuamente más que en polemizar con la alternativa presidencial de la izquierda. A su vez, la fragmentación de los partidos de derecha en varias listas hará que la derecha, en su conjunto, pierda valiosos escaños en el Senado y en la Cámara de Diputados en la elección de noviembre. Aunque sea más débil electoralmente y esté profundamente golpeada por el fracaso del gobierno del Presidente Boric, la izquierda está siendo capaz de construir una opción mucho más fuerte en la realidad, de lo que debiera ser ese sector en el papel después de cuatro años de chambonadas e insensateces, a las que nos acostumbró el Presidente Gabriel Boric y sus poco diestros equipos de gobierno.
El gran autor peruano Mario Vargas Llosa, un referente ideológico incuestionable para los tres grandes grupos de derecha, quien recientemente falleció, escribió en 1984 una excelente novela titulada La Historia de Mayta. El personaje central de la novela era el líder político Alejandro Mayta, quien albergaba ideas de cambio revolucionario. Mayta militaba en un partido trotskista de 7 miembros, que se había separado de otro partido trotskista de 20 miembros. Ambos partidos creían que el pueblo entendería fácilmente cuál era el verdadero partido que podría construir el cambio revolucionario que los peruanos presumiblemente querían. Huelga decir que Mayta, y ambos partidos revolucionarios, fracasaron en su intento.
La derecha hoy parece actuar de una forma similar. Convencida de que el grueso del electorado entiende las diferencias ideológicas entre ambos partidos, los líderes de la derecha profundizan sus discrepancias en vez de intentar construir una plataforma común. Sin entender que la gente quiere un cambio profundo, pero tranquilo y sin sobresaltos, la derecha pierde el norte creyendo que la gente se interesa o se informa sobre las diferencias entre los distintos líderes. La gente entiende claramente las diferencias entre la izquierda y la derecha, pero a menudo no muestra interés en las diferencias al interior de cada sector. Preocupada por sus trabajos, oportunidades, inseguridad, problemas y sueños familiares y personales, la gente no tiene tiempo ni mucho interés en informarse de las peleas a las que todos los partidos de derecha atribuyen más importancia de la que debieran -al igual que los trotskistas en La Historia de Mayta.
Ya no hay tiempo para que la derecha organice primarias presidenciales, pero si la derecha realmente cree que el país está en una grave crisis, los cinco partidos debieran poner de lado sus diferencias y abocarse en los próximos meses a construir una lista común de candidatos a las elecciones parlamentarias. De no hacerlo, la derecha arriesga quedar en minoría en el parlamento y así poner en riesgo el necesario golpe de timón que permita cambiar el rumbo que lleva el país.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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