Venus vuelve a desafiar las ideas preconcebidas de la comunidad científica. Una investigación financiada por la NASA ha revelado que la corteza del planeta posee una estructura mucho más dinámica y compleja de lo que se había asumido durante décadas.

Hasta ahora, el consenso era claro: al no contar con placas tectónicas como la Tierra, la corteza venusina se consideraba una capa sólida, pasiva, que se engrosaba progresivamente con el tiempo. Pero este paradigma acaba de ser cuestionado. Un estudio reciente publicado en Nature Communications ha presentado un modelo alternativo que sugiere la existencia de procesos de metamorfismo en profundidad, impulsados por la densidad de las rocas y los ciclos térmicos del planeta.

Este hallazgo implica que el comportamiento geológico de Venus no es estático, sino que podría estar marcado por una actividad interna significativa, incluso sin la fragmentación característica de la tectónica terrestre. De confirmarse, esta nueva visión obligaría a reconsiderar cómo entendemos la evolución térmica y estructural de los planetas rocosos, no solo en nuestro sistema solar, sino también en exoplanetas similares.

El trabajo, liderado por el equipo del Centro Espacial Johnson, ha determinado que la corteza venusina tiene un grosor medio de 40 kilómetros, alcanzando como máximo los 65. Estas cifras resultan sorprendentes dada la elevada presión y temperatura del planeta. El modelo sugiere que, al aumentar la densidad en la parte inferior, parte del material se desprende o se funde, retornando al interior del planeta.

«Según nuestros modelos, al hacerse más gruesa, la base de la corteza se vuelve tan densa que se desprende o se derrite», explicó Justin Filiberto, subdirector del área de Astromateriales de la NASA, en un comunicado oficial. Este fenómeno, aun sin placas móviles, permite un reciclaje geológico que contribuye a la actividad volcánica de Venus.

Un nuevo modelo para entender la geología de Venus

Debido a la densa atmósfera de Venus, durante mucho tiempo se pensó que podía ser un planeta gaseoso como Júpiter o Saturno. Sin embargo, las sondas soviéticas del programa Venera pudieron confirmar en la década de los 60 del siglo pasado que sí tiene una superficie rocosa sólida. Un descubrimiento que se consolidó en 1978 gracias a la misión Pioneer Venus de la NASA, que reveló la topografía completa del planeta. Unos datos que no habían sido cuestionados hasta ahora.

Gracias a este nuevo estudio, que se basa en la densidad de los materiales y la energía térmica, será posible explicar la composición de la atmósfera venusina y la posible presencia de elementos como el agua en capas más profundas. «Este hallazgo nos ofrece una nueva forma de entender cómo interactúan la geología, la corteza y la atmósfera de Venus», añadió Filiberto.

Para confirmar estas hipótesis, la NASA prepara misiones específicas como DAVINCI y VERITAS, diseñadas para estudiar la superficie y la atmósfera con gran precisión. A estas se suma la misión EnVision, impulsada en colaboración con la Agencia Espacial Europea, cuyo objetivo será recopilar datos que permitan validar el modelo propuesto.

«No sabemos con certeza cuánta actividad volcánica hay en Venus. Suponemos que es elevada y los estudios apuntan a ello, pero necesitamos más datos», reconoció Filiberto. La recopilación de información directa sobre su corteza será determinante para confirmar si estos procesos de transformación interna están vigentes.

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