Como era de suponer, al anuncio del Presidente sobre Punta Peuco, donde cumplen injustas condenas viejos soldados, le salió “el tiro por la culata”. Esta popular metáfora ilustra con claridad y sencillez que, si el Mandatario pretendía con dicha nueva granjearse la devoción de sus más radicales adherentes, la medida se le volvió en contra. Las alertas que encendió han sido más que los dividendos esperados.
Múltiples cartas y editoriales en los medios, y comentarios de calificados opinologos, fueron entre otras cosas lo que gatilló el que la Comisión de Derechos Humanos del Senado, acompañada de la Subsecretaria de DD. HH., sesionara en forma especial en uno de los penales (Colina 1), y constatara la situación de hacinamiento, abandono y postración en que se encuentran los allí prisioneros.
Tal debe haber sido la impresión al comprobar la falsedad de las habladurías sobre privilegios y tratos preferentes que, saliendo del penal, es decir “en el mismo acto de la visita”, pidieron al Ejecutivo suma urgencia a alguna iniciativa que permita establecer “el cumplimiento alternativo” para personas mayores y para aquellos que tengan graves problemas de salud; incluso plantearon estar en presencia de una “pena de muerte encubierta”. ¡Chapeau! ¡Ya era hora!
Por años, los soldados que se encuentran en “las trincheras del retiro”, incluida esta veterana pluma, hemos denunciado que en nuestro país se han transgredido normas del derecho nacional e internacional, para “convertir la justicia en una venganza” alimentada por el odio y el rencor, amén de espurios intereses económicos; ni hablar de igualdad en derecho; de irretroactividad de la ley; del debido proceso o del “in dubio pro reo” (aplicación de la ley más favorable al reo).
Sepa, mi noble contertulio, que una de las primeras cosas aprendidas por un soldado, al incorporarse a las filas de su institución, es la marcha “Yo tenía un camarada” (“Ich hatt’ einen Kameraden”, Ludwig Uhland 1809); se trata de un himno que expresa el dolor, el honor y la lealtad entre camaradas. Por eso, nunca los viejos soldados hemos dejado de luchar, ni perdido la esperanza que “se haga justicia” después de 50 años de persecución y venganza.
Distinta pareciera ser la actitud que ha tenido la sociedad civil, especialmente la política, la que, ante la adversidad y la amenaza de los´70, exigió la actuación de los militares para después darles la espalda a los hechos, y denostar a los que entonces fueron sus héroes de la paz… ¡El injusto pago de Chile!
En pocas palabras, aquellos jóvenes soldados de ayer, hoy prisioneros del pasado, que defendieron la libertad, la patria y la democracia, y que han sido invisibilizados durante tanto tiempo, ahora después de los últimos acontecimientos tienen una pequeña esperanza que la sociedad civil y política reaccionen. Su avanzada edad y su precaria situación de salud son razones poderosas para que puedan, como en otras partes del mundo, terminar sus días junto a sus seres queridos, dejando de ser… “los batallones olvidados”.
Por Cristián Labbé Galilea
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