A unos 90 kilómetros al suroeste de Teherán, cerca de la ciudad santa de Qom, yaciendo bajo una montaña endurecida por siglos de presión geológica, se encuentra Fordow, la planta de enriquecimiento de uranio más inaccesible del programa nuclear iraní. Enterrada a ochenta metros de profundidad, protegida por roca sólida y capas de concreto armado, es la pieza más difícil del rompecabezas atómico de Irán. Para los estrategas israelíes, es el Monte del Destino: inalcanzable sin ayuda externa, infranqueable sin un arma diseñada para perforar la tierra. Para los iraníes, es el núcleo de una estrategia de supervivencia.

Fordow no estaba diseñada para la diplomacia. Fue pensada para resistir. Escondida durante años, su existencia fue revelada en 2009 por una declaración conjunta de Estados UnidosReino Unido y Francia que acusó a Irán de construir en secreto una instalación “incompatible con fines pacíficos”. La condena internacional fue inmediata. Rusia expresó una rara crítica. China lanzó una advertencia. Pero Teherán se mantuvo firme. “Lo que hicimos fue completamente legal”, dijo en su momento el presidente Mahmud Ahmadinejad. “¿Qué les importa decirnos qué hacer?”.

Este sábado, no obstante, la planta fue destruida por el Ejército de Estados Unidos. “Hemos completado nuestro exitoso ataque a los tres sitios nucleares en Irán, incluyendo Fordow, Natanz y Esfahan”, indicó el presidente norteamericano Donald Trump en la red social Truth.

El jefe de estado señaló que durante la misión aérea -que se preveía para estos días, “una carga completa de bombas fue lanzada en el sitio principal, Fordow”.

La planta de Fordow fue
/gap