Ubicada en la colonia Insurgentes San Borja, justo en la intersección de Sacramento y Eje 6 Sur (Ángel Urraza), la residencia que perteneció a Roberto Gómez Bolaños —Chespirito— sigue generando conversación, no solo por su valor histórico y arquitectónico, sino también por el halo de misterio que, con el paso del tiempo, se ha tejido a su alrededor.
Construida en uno de los barrios más representativos del auge residencial capitalino del siglo XX, la casa fue el hogar del comediante durante años clave de su carrera. Ahí convivieron la intimidad del creador con la trascendencia de sus personajes: El Chavo, El Chapulín Colorado, el Doctor Chapatín.
Tras la muerte de Gómez Bolaños en 2014, la propiedad fue puesta a la venta por su viuda, la actriz Florinda Meza, quien explicó su decisión con palabras simples pero elocuentes:
“Es que esa casa es muy grande. Con seis hijos y doce nietos, cuando había Semana Santa, Navidades, Año Nuevo, o cosas por el estilo, se reunían y yo necesitaba mucha casa. Ahora no”.
El anuncio fue realizado en una conferencia de prensa. Sin embargo, la noticia pronto fue desplazada por otro tipo de relatos: versiones sobre presuntos sucesos paranormales dentro del inmueble, que comenzaron a circular en medios y redes sociales.
Desde entonces, no son pocos quienes han convertido la casa en objeto de especulación y leyenda urbana. Algunos vecinos aseguran haber escuchado ruidos extraños. Otros, más escépticos, lo atribuyen al silencio inusual de una casa que alguna vez estuvo llena de vida.
Entre el afecto colectivo por el legado de Chespirito y el misterio que envuelve su antigua morada, la casa se ha convertido en un lugar simbólico: una cápsula del tiempo que conserva no solo la memoria de un ícono latinoamericano, sino también el eco de lo que fue un hogar lleno de historias públicas y privadas.
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