El arribo de Rodrigo Paz a la presidencia de Bolivia representa una encrucijada histórica para la nación, marcada por la intersección de un linaje político tradicional, una formación globalizada y un discurso que busca redefinir las relaciones del Estado con la economía y el vecindario internacional. Con 58 años, Paz encarna un perfil singular: nacido en Santiago de Compostela durante el exilio de su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993), su biografía está intrínsecamente ligada a los vaivenes democráticos del país. Esta conexión se profundiza con su parentesco con otra figura clave de la política boliviana, ya que su abuelo paterno era primo hermano del también expresidente Víctor Paz Estenssoro (1985-1989), tejiendo así una red de influencia familiar que atraviesa décadas.

Su retorno a Bolivia con el restablecimiento de la democracia en 1982 fue el preludio de una formación académica de corte internacional. Según el diario El País, «Paz es economista, tiene estudios en relaciones internacionales y culminó una maestría en gestión política en la American University, en Estados Unidos». Esta etapa no solo moldeó su pensamiento económico, sino que también cimentó su vida personal, al conocer a su esposa, María Elena Urquidi.

Su trayectoria política se construyó de manera metódica desde lo local. Tras ser electo diputado por Tarija en 2002 y luego reelecto, escaló posiciones hasta convertirse en alcalde de la misma región entre 2015 y 2020. Su salto al Senado en 2020 con el colectivo opositor Comunidad Ciudadana, liderado por el expresidente Carlos Mesa, evidenció su consolidación como una figura nacional. Sin embargo, fue su alianza con el expolicía devenido en influencer Edman Lara, como compañero de fórmula vicepresidencial, la que analistas señalan como un factor crucial de su éxito electoral. Esta estrategia apalancó la popularidad de las denuncias de corrupción de Lara en TikTok, conectando con un electorado joven y desencantado.

Un Disruptivo Proyecto Económico y una Victoria Contra Pronóstico

El discurso de campaña de Paz se articuló en torno a un capitalismo de tono populista. En un acto en Achacachi en junio, recogido por CNN, proclamó: “Vienen tiempos mejores. Bajar aranceles, bajar impuestos, harto crédito, platita para todos”. Su lema, “Capitalismo para todos, no para unos cuantos”, buscaba demarcarse nítidamente del modelo estatista del MAS, mientras que su afirmación —“Hay quienes viven de la política y quienes hacemos servicio público”— intentaba construir una imagen de pragmatismo y renovación.

Su triunfo electoral fue paradigmático. Pese a que las encuestas iniciales le otorgaban menos del 10% de las preferencias y un distante tercer o cuarto lugar, Paz capitalizó el descontento y se impuso en primera vuelta con un sorpresivo 32.06% de los votos. Aunque los sondeos para el balotaje pronosticaban una victoria de su rival, Jorge Quiroga, Paz consolidó su ventaja con un 54.5% frente a un 45.5%, demostrando una capacidad de movilización que las encuestas no lograron captar.

La Revisión Geopolítica: Pragmatismo por sobre la Reivindicación Histórica

Uno de los ejes más significativos de su propuesta es un giro radical en la política exterior, particularmente con Chile. En una entrevista con Tele13 Radio a fines de agosto, Paz adoptó una postura marcadamente pragmática. Argumentó que los fallos judiciales en La Haya sobre el tema marítimo y el Silala han sido “irreversibles” para Bolivia, y calificó de “tonterías” persistir en una confrontación estéril. “La historia no da de comer”, sentenció, proponiendo en su lugar un “fortalecimiento de relación con Chile, que es real, aunque no esté en papeles diplomáticamente hablando”.

Su compromiso de “reabrir las relaciones con Chile” y con Estados Unidos se enmarca en un objetivo económico mayor: la inserción de Bolivia en los mercados del Pacífico, como el APEC. No obstante, este acercamiento no está exento de condiciones, ya que también planteó la necesidad de una lucha frontal contra la “ilegalidad, contrabando, narcotráfico y trata de personas” en la frontera.

La Polémica de los «Autos Chutos»: La Tensión entre Realidad Social y Legalidad

Una de las propuestas más controvertidas de Paz ha sido la de un “perdonazo” para legalizar los automóviles de contrabando, conocidos localmente como «autos chutos», que el diario El Deber de Bolivia estima podrían llegar a 70.000 unidades. Esta iniciativa, que según él busca reconocer una realidad socioeconómica —“un boliviano compra ‘chuto’ porque no se puede comprar un auto nuevo”—, generó un inmediato rechazo en Chile, ante la posibilidad de que muchos de esos vehículos hayan sido robados en ese país.

La polémica escaló cuando Paz lanzó una acusación directa: “¿Qué pasa con su policía, los Carabineros? ¿No serán ellos los ladrones, que están robando y poniendo esos productos en Bolivia?”, declaraciones que fueron rechazadas por el general director de Carabineros, Marcelo Araya, y el presidente del Senado chileno, Manuel José Ossandón. Ante las críticas, Paz rectificó parcialmente su tono, argumentando en un video que su propuesta era “contra la corrupción” y para “transparentar todos los coches”. Sin embargo, su rival, Jorge Quiroga, resumió la postura contraria en una entrevista con TVN: “lo robado nunca se legaliza y cualquier otra medida no puede premiar al que no respetó la ley y castigar al que sí lo hizo”.

Esta polémica sintetiza el desafío central de su gobierno: navegar la fina línea entre el pragmatismo necesario para gobernar realidades complejas y el riesgo de normalizar la ilegalidad, un dilema que definirá no solo su relación con Chile, sino la propia integridad de su proyecto de «capitalismo para todos».

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