Sin comunicaciones, sin navegación, sin electrónica y con riesgo de colisión inminente. Ese fue el escenario que se vivió hace unas semanas en el Centro de Control de Misiones de la Agencia Espacial Europea (ESA), en Darmstadt (Alemania). Los equipos de la agencia se enfrentaron a una simulación de tormenta solar de magnitud extrema, tan realista que puso en evidencia la vulnerabilidad de nuestra civilización tecnológica.
Una tormenta inspirada en el evento Carrington de 1859
La ESA utilizó como modelo el evento Carrington de 1859, una de las tormentas solares más potentes registradas en la historia, para probar sus límites operativos. La conclusión fue clara: ante un evento real, “no hay buenas soluciones”, según reconoció Thomas Ormston, subdirector de Operaciones de la misión Sentinel-1D.
“El objetivo sería simplemente mantener el satélite a salvo y limitar los daños todo lo posible”, admitió Ormston.
El ejercicio mostró cómo una tormenta solar de este tipo se desarrolla en tres fases devastadoras, un “ataque coordinado” regido por las leyes de la física.
Primera fase: el destello letal
La primera oleada llega como un destello de radiación, una llamarada de rayos X y ultravioleta extremo que alcanza la Tierra en apenas ocho minutos.
En la simulación de la ESA, una llamarada de clase X45, monstruosa en la escala solar, bloqueó de inmediato las comunicaciones de radio y dejó fuera de servicio los sistemas de navegación Galileo y GPS.
Segunda fase: la lluvia de partículas
Apenas 10 o 20 minutos después, comienza un bombardeo de partículas de alta energía, formado por protones y electrones acelerados casi a la velocidad de la luz.
Estas partículas penetran el campo magnético terrestre y alteran la electrónica de los satélites, generando errores en la memoria —conocidos como bit flips— y causando fallos impredecibles o permanentes.
Tercera fase: la eyección de masa coronal
Entre 10 y 18 horas después, llega la fase más destructiva: la eyección de masa coronal (CME), un tsunami de plasma magnetizado que golpea el escudo magnético terrestre a 2.000 km/s.
En la simulación, el impacto provocó auroras visibles hasta en Sicilia, pero su belleza ocultaba una amenaza fatal: el colapso total de la red eléctrica.
Estas corrientes geomagnéticamente inducidas (GIC) fluyen a través de las líneas de alta tensión, sobrecalentando y fundiendo los transformadores eléctricos.
“Todo caerá una vez que sufras un impacto en la red eléctrica”, advierte John Kappenman, ingeniero con décadas de experiencia en el sector energético.
Un solo transformador de alta tensión puede tardar hasta dos años en fabricarse. En un apagón global, sin fábricas ni logística, la recuperación sería casi imposible.
El costo de un apagón solar
Según un informe de la ESA de 2016, un evento extremo de este tipo podría costar a Europa más de 20.000 millones de euros en un solo año.
El desglose incluye:
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4.824 millones de euros por el impacto en el PIB y los apagones.
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305 millones por daños a transformadores.
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570 millones por el “valor de la vida” perdido, debido al aumento de la mortalidad y la morbilidad en regiones sin electricidad.
Internet y las comunicaciones, también en peligro
Los efectos irían mucho más allá de la electricidad. Según la Dra. Sangeetha Abdu Jyothi, de la Universidad de California, una CME de gran magnitud destruiría los repetidores eléctricos de los cables submarinos de fibra óptica que conectan continentes, colapsando Internet en cuestión de minutos.
“No volveríamos a la Edad Media… básicamente regresaríamos a la Edad de Piedra”, advierte la científica.
Un evento inevitable, no hipotético
Los expertos coinciden en que una tormenta solar del tipo Carrington no es una cuestión de “si”, sino de “cuándo”. La Dra. Gilbert recuerda que este tipo de eventos ocurren cada pocos cientos de años.
En julio de 2012, una tormenta similar rozó la órbita terrestre, pero el planeta no se encontraba en su trayectoria.
“No es una cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo”, enfatiza Gustavo Baldo Carvalho, jefe de simulación de la ESA.
Lo peor: las tormentas Miyake
El astrofísico Ethan Siegel advierte que el evento Carrington no es el peor escenario posible. Los eventos Miyake, descubiertos en los anillos de los árboles y núcleos de hielo, revelan tormentas más de 10 veces más potentes.
Una de ellas, en el año 774, y otra hace 9.200 años, habrían generado bombardeos de partículas capaces de corromper todos los datos electrónicos de la Tierra, desde bancos hasta servidores gubernamentales.
Soluciones simples, pero ignoradas
Paradójicamente, muchas soluciones para mitigar el impacto son de bajo coste. Kappenman señala que bastaría con instalar condensadores protectores en la red eléctrica.
Implementarlos en todo Estados Unidos costaría unos 1.000 millones de dólares, una cifra insignificante frente a los billones en pérdidas que se evitarían.
Sin embargo, según Siegel, el obstáculo es la inercia política y corporativa: “En Estados Unidos, es prácticamente ilegal que una empresa priorice algo distinto a los beneficios para sus accionistas del próximo trimestre”.
La ESA busca una defensa solar
La agencia europea trabaja ya en nuevos satélites centinela, como la misión Vigil, cuyo lanzamiento está previsto para 2031. Esta misión observará el costado del Sol, permitiendo detectar tormentas con días de anticipación y dar tiempo para proteger las infraestructuras críticas.
La gran pregunta, concluye el informe, es si la humanidad escuchará la alarma ahora, cuando aún hay tiempo, o solo cuando sea demasiado tarde.
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