El uso de asistentes de inteligencia artificial como ChatGPT de OpenAI y Gemini de Google se ha vuelto cotidiano, pero interactuar con ellos requiere conocer una serie de restricciones fundamentales diseñadas para proteger la privacidad, la seguridad y el bienestar ético y legal de los usuarios.
Uno de los límites más estrictos que comparten estas plataformas es el acceso o la divulgación de datos personales. Bajo ningún escenario generan información sobre direcciones, números de teléfono, cuentas bancarias o documentos de identidad, ya sea del usuario o de terceros. Esta prohibición responde a políticas de privacidad robustas que buscan evitar fraudes, suplantación de identidad o filtraciones.
Asimismo, cualquier intento de obtener acceso a cuentas o comunicaciones privadas también está vetado. Solicitar a la IA contraseñas, mensajes o detalles de correos electrónicos no solo será rechazado de inmediato, sino que podría considerarse un intento de violar la ley. Los desarrolladores refuerzan estas barreras con comprobaciones automáticas que impiden el procesamiento de solicitudes que vulneran la privacidad.
Otra categoría de preguntas restringidas incluye la solicitud de contenido ofensivo, discriminatorio o que promueva el odio. Estos sistemas rechazan cualquier intento de obtener material racista, violento, sexista o que refuerce estereotipos negativos, tanto por sus implicaciones legales como por una responsabilidad social.
Uno de los principios centrales de estas herramientas es no facilitar la comisión de actividades ilegales. Por ejemplo, ni ChatGPT ni Gemini responderán sobre cómo fabricar sustancias ilícitas, hackear sistemas, acceder a contenidos restringidos, fabricar armas o vulnerar leyes. Su programación está diseñada para identificar y detener estos intentos.
Los chatbots no reemplazan a los profesionales. En áreas críticas como la salud o las finanzas, la inteligencia artificial marca otro límite clave: no es una fuente válida para diagnósticos médicos, tratamientos ni asesoría financiera. Ante cualquier necesidad específica, los sistemas siempre recomiendan recurrir a especialistas calificados.
El alcance de las preguntas prohibidas se extiende también a predicciones sobre eventos futuros y opiniones personales. Estos asistentes jamás darán respuestas que aseguren resultados en apuestas, proyecciones políticas, financieras o deportivas, ni emitirán estimaciones que puedan interpretarse como certezas.
Utilizar estos sistemas como consejeros virtuales, una tendencia creciente, encierra un riesgo importante. La IA está programada para responder dentro de márgenes éticos, no para ofrecer acompañamiento emocional real. Las personas que requieran ayuda deben buscar orientación profesional humana.
En definitiva, conocer los temas prohibidos al interactuar con estas IA permite aprovechar la tecnología de manera óptima y responsable. Limitarse a consultas sobre información general, educación o creatividad previene riesgos y mantiene la seguridad digital y el respeto a la legalidad.
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