El cierre de campaña de Evelyn Matthei en el Estadio Santa Laura trascendió la mera formalidad electoral para convertirse en un acto cargado de simbolismo político. Más allá del ritmo de un DJ y las presentaciones de bandas tropicales —un formato deliberadamente elegido para proyectar una imagen «popular y cercana»—, el evento fue concebido como una demostración de fuerza y unidad de una centroderecha que se siente bajo asedio, tanto por el oficialismo como por sus propios rivales de derecha.
Sin embargo, detrás de la puesta en escena destinada a emular el impacto del acto de José Antonio Kast en el Movistar Arena, se colaron dosis de realismo y tensión. La convocatoria, públicamente cifrada en 10.000 asistentes pero sincerada en privado por autoridades del sector entre 5.000 y 6.000, junto con la utilización de solo un tercio de la capacidad del recinto, revelaron los límites de la capacidad de movilización de la candidata. Esta discrepancias entre la aspiración y la realidad materializó en el espacio físico la cuesta arriba que, según las encuestas, enfrenta su candidatura, situada en un tercer o cuarto lugar distante del liderazgo.
El acto fue una puesta en escena de la «coalición amplia» que Matthei encarna. La presencia de los presidentes de la UDI, RN, Evópoli y Demócratas, junto a alcaldes y parlamentarios —incluidos aquellos que días antes habían asistido al cierre de Kast—, buscó proyectar una imagen de cohesión frente a la fragmentación del espectro opositor. La asistencia del nieto de Sebastián Piñera y exautoridades de sus gobiernos no fue casual: era un recordatorio visual de su experiencia de gobierno y su vinculación con el último mandatario exitoso de la coalición.
Los elementos simbólicos estuvieron cuidadosamente seleccionados. Las pelucas rubias y los chalecos reflectantes entre los asistentes evocaban intencionadamente el icónico, aunque polémico, episodio de Matthei dirigiendo el tránsito durante el estallido social. Este gesto buscaba reposicionarla como una figura de acción y presencia en la crisis, un capital político que contrasta con la percepción de inexperiencia de sus rivales.
El discurso de la candidata, pronunciado ante un recinto que alcanzó su mayor densidad apenas una hora antes, reflejó la estrategia dual que ha caracterizado el tramo final de su campaña. Por un lado, un ataque frontal y moralizante contra el gobierno de Boric y el Frente Amplio, a quienes acusó de un «dogmatismo» que «sepultó la esperanza» y cuyo mayor fracaso fue «haber jugado con el futuro de Chile». Por otro lado, un mensaje de realismo y unidad dirigido a su propia trinchera, reivindicando su experiencia en el gobierno de Piñera y lamentando no haber logrado una primaria amplia que evitara esta «disputa electoral agostadora y estéril».
El cierre con la misma banda que actuó para Kast, Zúmbale Primo, no fue un detalle menor. Fue un guiño simbólico, una apropiación sutil destinada a transmitir un mensaje de que, más allá de las diferencias, existe un sustrato cultural y electoral común. En su alocución, Matthei se posicionó como la única opción capaz de derrotar a la «candidata comunista», apelando al voto útil en un escenario de «triple empate técnico» en la derecha.
En conclusión, el cierre de campaña en el Santa Laura no logró ocultar por completo las fisuras y la presión que sufre la centroderecha tradicional. Fue un acto que, en su esfuerzo por demostrar vitalidad, terminó revelando los desafíos de una candidatura que lucha por recomponer un espacio político que se le escapa de las manos, dividido entre la lealtad al establishment y la seducción de opciones más radicales. La noche en Independencia fue la puesta en escena de una batalla por la identidad y el futuro de la oposición chilena.
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