Para muchos jóvenes, la barra brava representa un espacio donde el ejercicio de la fuerza y la transgresión adquieren legitimidad. La violencia, lejos de ser un efecto colateral, se convierte en un lenguaje de poder y visibilidad.
Psicólogos sociales advierten que en entornos de frustración estructural, la violencia puede percibirse como una vía rápida para ganar respeto. Dentro de la barra, el que se enfrenta, resiste o lidera en situaciones de riesgo suele escalar posiciones simbólicas.
Este fenómeno se ve reforzado por una narrativa épica que glorifica el “aguante” y el sacrificio, conceptos que dotan de sentido a conductas que, fuera de ese contexto, serían sancionadas socialmente.
La barra ofrece así una inversión de valores: lo que la sociedad condena, el grupo premia. Esa inversión resulta especialmente seductora para jóvenes que sienten que el sistema ya les dio la espalda.
Comprender esta lógica es clave para abordar el problema sin caer en simplificaciones que solo refuerzan el ciclo de violencia.



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