La presencia juvenil en las barras bravas no puede analizarse sin considerar el contexto de desigualdad social. El estadio se transforma en un escenario donde se expresan frustraciones acumuladas que van mucho más allá del fútbol.

Expertos en políticas públicas señalan que muchos jóvenes barristas provienen de territorios marcados por la precariedad, la estigmatización y la falta de espacios de participación real. La barra aparece entonces como uno de los pocos ámbitos donde pueden ejercer poder y voz.

En este sentido, la violencia no es solo deportiva, sino también simbólica: es una forma de interpelar a una sociedad que los invisibiliza.

El problema es que esa expresión termina reforzando los estigmas, alimentando una mirada punitiva que no distingue entre causas y consecuencias.

Así, el fútbol se convierte en un campo de batalla donde se reproducen las tensiones estructurales del país.

 

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