Tras seis años en que el país ha vivido un intenso y continuo ciclo electoral, Chile se prepara para entrar en un período de casi 30 meses sin votaciones, una pausa excepcional que marcará un giro respecto de la dinámica política reciente. Esta inusual tregua electoral se producirá justo después de que concluya la actual elección presidencial, cuyo balotaje se realizará el próximo 14 de diciembre, entre Jeannette Jara (PC), candidata del oficialismo, y José Antonio Kast, abanderado del Partido Republicano.

Desde 2020, Chile ha atravesado 14 procesos electorales, una cifra que refleja la magnitud del reordenamiento político y constitucional de los últimos años. El ciclo comenzó con el plebiscito constitucional de entrada en octubre de 2020, que abrió paso a la Convención Constitucional, y continuó con elecciones municipales, regionales, presidenciales, parlamentarias y dos referendos constitucionales, además de primarias y votaciones complementarias en distintas regiones.

La seguidilla de comicios no solo ha transformado el panorama político, sino que también ha instalado una sensación de tensión permanente, con gobiernos obligados a adaptar su agenda, comunicación y prioridades a un calendario que ha dejado escaso margen para la gobernabilidad sin presiones electorales. En este periodo, las autoridades han debido responder a demandas ciudadanas en medio de campañas continuas, lo que ha marcado profundamente la dinámica del poder Ejecutivo.

En contraste, el próximo gobierno que asuma en marzo tendrá una condición excepcional: cerca de 30 meses sin elecciones, un escenario inédito en más de un lustro. Según el calendario vigente, la siguiente votación —descontando la segunda vuelta presidencial— será las primarias municipales y regionales, programadas para julio de 2028. Esto implica que durante más de dos años el país no tendrá plebiscitos, elecciones intermedias ni comicios complementarios ya programados.

Para el Ejecutivo entrante, este período podría significar una oportunidad para impulsar reformas estructurales sin el condicionante electoral inmediato, así como para desarrollar agendas de mediano plazo con mayor estabilidad política. La ausencia de elecciones podría mejorar el clima legislativo y generaría un marco más propicio para acuerdos transversales, aunque aún se desconoce cómo aprovechará esta ventaja quien resulte ganador del balotaje.

El contraste con la administración actual es evidente. El gobierno que está pronto a concluir su mandato ha enfrentado ocho elecciones desde que asumió, sin considerar la segunda vuelta que se celebrará en diciembre. Cada una de estas instancias ha tenido efecto directo en la planificación gubernamental, la narrativa política y la percepción pública del desempeño del Ejecutivo.

A la espera del desenlace del balotaje, Chile se aproxima a un período de relativa calma electoral, que podría reordenar el mapa político y abrir una ventana para la estabilidad institucional tras años de cambios, tensiones y campañas sucesivas.

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