Carmen «La Pipa» Ríos, Capitana de la Femibarria «Las Guerreras» del Club Atlético Fortaleza.
Nadie me regaló el carnet. Llegué a la barra a los 16, no porque me llevara un novio, sino porque mi viejo era socio y desde la cuna me inyectó estos colores. Pero en la tribuna popular, los hombres me veían como una nena. Un día, cansada de que me dijeran «andá a la platea, que acá es peligroso», empecé a organizar a las pocas mujeres que había. Nos juntamos a pintar banderas, a aprender las canciones antiguas que los nuevos ni saben.
El primer viaje largo que organizamos nos cambió todo. Éramos 15 mujeres en un micro, nos cuidamos entre nosotras, cantamos todo el camino y en la cancha rival nos plantamos en primera fila. Ahí ganamos el respeto. Dejaron de vernos como un adorno. Ahora tenemos nuestra propia facción dentro de la barra: «Las Guerreras». Organizamos, tenemos voz en las asambleas y nuestra propia jerarquía, ganada a pulso.
¿Por qué lo hacemos? Por lo mismo que ellos: porque esto no es un hobby, es una forma de vida. Es la familia que elegimos. Aquí lloramos las derrotas como muertes y celebramos los goles como si nos hubieran dado la vida. La pasión no tiene género. Sentimos el club en las venas con la misma intensidad, y queremos sufrir y gozar donde late más fuerte el corazón: en la tribuna.
Claro que hay dificultades. Todavía hay machos retrógrados que nos quieren relegar, o peor, que creen que por estar en la barra estamos disponibles. Hemos tenido que poner límites claros. Nuestra lucha es doble: por nuestro club frente al mundo, y por nuestro lugar dentro de nuestra propia barra. Pero hemos demostrado que somos capaces de todo: de aguantar, de pelear, de liderar y de mantener viva la llama de la hinchada.
Al final, el mensaje es claro: no estamos de paso. No somos «las mujeres de la barra». Somos la barra. Punto. Y cualquiera que dude de nuestra entrega, que nos vea un domingo a las 10 AM, pintando una bandera de 50 metros, con las manos manchadas de pintura y el corazón lleno de colores.
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