En muchos casos, el ingreso a la barra no es una decisión aislada, sino parte de una herencia cultural. Padres, hermanos mayores o referentes barriales introducen tempranamente a los jóvenes en la lógica del club y su hinchada organizada.
Antropólogos del deporte destacan que esta transmisión opera como un rito de paso, donde acompañar al equipo y luego a la barra simboliza el ingreso a la adultez masculina.
La normalización de la violencia verbal o física en ese entorno reduce las barreras morales frente a conductas de riesgo.
Cuando la familia carece de herramientas para ofrecer modelos alternativos de pertenencia, la barra ocupa ese vacío.
Romper este ciclo implica trabajar no solo con el individuo, sino con su entorno afectivo y comunitario.
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