En una inusual y contundente conferencia de prensa a pocos días de su arribo a Santiago, el recién asumido embajador de Estados Unidos, Brandon Judd, no optó por los tradicionales gestos de cortesía diplomática. Por el contrario, expresó abiertamente su «decepción» por las críticas del Presidente Gabriel Boric a la política ambiental de Donald Trump, marcando un tono de relación que se aleja del diálogo reservado y se instala en el ámbito de la admonición pública. Judd no solo secundó las recientes declaraciones del subsecretario de Estado Christopher Landau —quien había alertado sobre el bajo nivel de la relación bilateral—, sino que llevó la advertencia un paso más allá, argumentando que este tipo de comentarios presidenciales «dañan al pueblo chileno». Esta postura establece un claro eje de tensión que redefine el punto de partida de su misión diplomática en el país.

El núcleo del argumento del embajador trasciende la mera queja protocolar y se articula alrededor de una lógica de poder e intereses. Judd sostuvo que es «decepcionante» que Chile critique a Estados Unidos —a quien presentó como un «líder» ambiental— en lugar de enfocarse en «los países que tienen los peores problemas». Sin embargo, la advertencia más significativa fue de carácter económico: afirmó que las declaraciones de Boric perjudican a los chilenos en «todas las negociaciones que están actualmente en marcha» y dificultan la llegada de negocios estadounidenses. Este razonamiento transforma una discrepancia política en una potencial consecuencia material, introduciendo un factor de costo real para la soberanía en el discurso exterior de Chile.

Análisis: Entre la Neutralidad y el Alineamiento Ideológico

Al ser consultado sobre las elecciones presidenciales del 14 de diciembre, el embajador Judd realizó una declaración que, en su superficie, respeta los principios de no intervención. Afirmó que trabajará con quien gane y que son los chilenos quienes deben «decidir quién va a ser su próximo Presidente». No obstante, matizó esta aparente neutralidad con una reveladora observación: «Los gobiernos que están alineados ideológicamente va a ser más fácil trabajar con ellos». Esta frase, aparentemente tangencial, opera como una lúcida señal política dentro del contexto de su crítico diagnóstico sobre el gobierno actual.

Al enfatizar la facilidad de trabajar con gobiernos ideológicamente afines, el embajador delinea sin nombrarlos los contornos de una relación preferente. Su mensaje, por lo tanto, es dual: por un lado, se ampara en el respeto a la soberanía chilena; por el otro, deja establecido que la fluidez de la relación bilateral y, por extensión, los beneficios asociados a ella, están condicionados por la sintonía política. De esta manera, el debut de Judd no se limita a responder a un episodio específico, sino que fija una postura estratégica que proyecta sombras sobre el futuro de la relación Chile-Estados Unidos, dependiendo del resultado electoral.

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