El Impact Arena de Pak Kret —epicentro de los grandes espectáculos en Tailandia— se convirtió este jueves (viernes en horario local) en el escenario donde la 74ª edición de Miss Universo buscó redefinir, una vez más, los parámetros globales de belleza y representación. El certamen, creado en 1952 y hoy convertido en un fenómeno mediático planetario, avanzó hacia su momento decisivo: la elección de la sucesora de la danesa Victoria Kjær Theilvig.
Este año, la competencia partió con 120 aspirantes, una cifra que refleja la expansión internacional del concurso, pero que rápidamente se redujo a 30 semifinalistas en los primeros minutos. Entre ellas destacó la chilena Inna Moll, cuyo avance inicial no solo generó expectación nacional, sino que también evidenció la creciente presencia latinoamericana en estos certámenes.

En su primera aparición sobre el escenario, Moll —de 28 años— enfrentó la tradicional prueba de traje de baño. Portando un bikini blanco y el cabello suelto, la representante chilena proyectó seguridad y soltura, atributos clave en una instancia donde los jueces ponderan no solo estética, sino también presencia escénica. Su desempeño la ubicó entre las 12 concursantes que avanzaron a la ronda de vestido de noche, un grupo integrado también por representantes de Colombia, Cuba, Guadalupe, México, Puerto Rico, Venezuela, China, Filipinas, Tailandia, Malta y Costa de Marfil.
En ese segundo desfile, marcado por diseños de grandes siluetas, brillos y una evidente apuesta por el dramatismo visual, Moll volvió a destacar con un vestido entallado de color rosa intenso, acompañado de detalles turquesa y un peinado recogido que reforzó la elegancia del conjunto. No obstante, su performance no fue suficiente para integrar el selecto quinteto que avanzó a la decisiva ronda de preguntas y respuestas del comité de selección, instancia donde se define el componente discursivo y reflexivo de las candidatas.
La jornada dejó en evidencia que, más allá del glamour, Miss Universo continúa siendo un espectáculo donde se cruzan expectativas nacionales, narrativas de empoderamiento y estrategias de posicionamiento global. Para Chile, la actuación de Inna Moll se convierte en un capítulo que refuerza su presencia en el escenario internacional, aunque esta vez sin alcanzar las instancias finales.
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