La violencia comenzó como enfrentamientos esporádicos, pero pronto se sistematizó, pasando de peleas con puños y piedras a la planificación de ataques con armas blancas e incluso de fuego.
La violencia asociada a las barras bravas no es un fenómeno espontáneo, sino el resultado de una compleja evolución histórica y social. Sus orígenes se remontan a la Inglaterra de los años 60 y 70, donde los «hooligans» sentaron un precedente de tribalismo futbolístico violento. Este modelo se exportó y se adaptó en América Latina, especialmente en países como Argentina, Brasil y Colombia, donde se fusionó con contextos locales de marginalidad, identidad barrial y una profunda pasión por el fútbol.
En sus inicios, estos grupos se organizaron alrededor del apoyo incondicional a un equipo, creando una identidad paralela a la del club. Sin embargo, con el tiempo, la rivalidad deportiva trascendió la cancha. La lealtad a la barra se convirtió en un valor supremo, often más importante que el propio resultado del partido. La violencia comenzó como enfrentamientos esporádicos, pero pronto se sistematizó, pasando de peleas con puños y piedras a la planificación de ataques con armas blancas e incluso de fuego.
La profesionalización del fútbol y la enorme comercialización del espectáculo deportivo en los 90 y 2000 paradoxalmente alimentaron el problema. Los clubes, en muchos casos, utilizaron a las barras para generar «atmósfera» en los estadios, otorgándoles entradas gratis y hasta beneficios económicos. Esto les concedió un poder e influencia dentro de la estructura misma del deporte, blanqueando parcialmente su accionar y dificultando su erradicación.
Hoy, la violencia ha mutado. Ya no se limita al entorno inmediato del estadio. Las redes sociales son el nuevo campo de batalla para las provocaciones y la coordinación de enfrentamientos, que pueden ocurrir en autopistas, plazas o barrios alejados de los escenarios deportivos. La lucha por el control de espacios, la venta ilegal de entradas y la infiltración con el narcotráfico han añadido capas de criminalidad que van mucho más allá de la rivalidad deportiva.
Entender esta evolución es crucial para cualquier análisis serio. No se trata de «fanáticos exaltados», sino de estructuras semiorganizadas que operan en la intersección entre la pasión tribal, la economía informal y, en muchos casos, el crimen organizado. Ignorar esta profundidad histórica conduce a soluciones simplistas e inefectivas.



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