Un estudio reciente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) revela que el 60% de los jóvenes integrantes de barras bravas en Latinoamérica citan la «búsqueda de pertenencia» y la «falta de oportunidades» como factores clave para su ingreso. Estos datos arrojan luz sobre una problemática que va más allá del fútbol y se enraíza en profundas carencias sociales y afectivas. Los expertos coinciden en que la barra opera como una familia sustituta, ofreciendo identidad, protección y un propósito, elementos que muchos adolescentes no encuentran en sus hogares o comunidades.
La estructura de la barra brava satisface necesidades psicológicas fundamentales en la adolescencia. «En una etapa donde se forja la identidad, estos grupos ofrecen un ‘nosotros’ muy definido frente a un ‘ellos’. El sentido de lealtad y camaradería es poderoso, aunque esté basado en la antagonismo», explica el psicólogo clínico Andrés Rojas. Este sentido de pertenencia se ve reforzado por rituales, códigos y una estética particular que diferencia al grupo del resto de la sociedad.
Las cifras socioeconómicas son un telón de fondo ineludible. Según el Banco Mundial, cerca del 25% de los jóvenes latinoamericanos de entre 15 y 24 años no estudia ni trabaja (los llamados «Ninis»). Este estado de limbo y desesperanza los hace altamente vulnerables a la captación por parte de grupos que prometen emoción, status y, en algunos casos, un ingreso económico a través de actividades delictivas asociadas al control de las entradas o la reventa de entradas.
Para detectar si un adolescente está en riesgo, los especialistas recomiendan observar cambios abruptos en su conducta. Estos pueden incluir un lenguaje nuevo y agresivo, un interés obsesivo por el conflicto con hinchadas rivales, adopción de símbolos o vestimenta que denotan adhesión a un grupo específico, y un notable distanciamiento de su círculo de amistades previo y de las actividades familiares.






